Berkley quería toda la gloria para él solo.
Años de preparación había soportado con estoicismo para alcanzar la cima del Aconcagua.
Pero quería hacerlo solo.
Esa la gloria no la compariría con nadie.
El 12 de noviembre tomaría el avión para Sudamérica. Concretamente la Argentina.
El 14 de noviembre debería estar en Mendoza.
Todo estaba saliendo como lo había planificado.
Luego de intercambiar, en su pésimo castellano, algunas palabras con Gendarmería y de cumplir con los trámites de rigor en el Club Andino, comenzó la ascensión.
No es que las cosas se fueran complicando demasiado, pero la ascensión era lenta.
Se fue haciendo cada vez más tarde y por consiguiente cada vez más oscuro, y Berkley seguía subiendo. Ningún lugar lo convencía como para acampar.
La noche cayó con gran pesadez sobre la montaña.
No se veía absolutamente nada.
No había luna y tampoco había estrellas.
Berkley comenzó a sentir miedo. Casi terror.
No se dio cuenta cómo fue.
Nunca supo qué cosa pisó como para que el resbalón se produjera.
Comenzó a caer. A una velocidad vertiginosa.
Solo podía ver veloces manchas cada vez mas oscuras que en la misma oscuridad pasaban demasiado rápido y siempre hacia arriba.
Tenía la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.
Seguía cayendo y cayendo... Y en esos angustiantes momentos, pasaron por su mente todos los gratos y no tan gratos momentos de la vida. Pensaba que iba a morir.
Sin embargo, de repente sintió un tirón tan fuerte que casi lo parte en dos.
Claro, Berkley se había preparado bien y no descuidó el detalle de clavar estacas de seguridad con candados sujetos a una larguísima cuerda que lo amarraba a la cintura.
En esos momentos de quietud, de oscuridad y de frío, suspendido en el vacío, no le quedó otra cosa que implorar.
- ¡Ayúdame, Dios mío..!-
Veinticinco interminables segundos de silencio total.
Cuando se escuchó una voz grave:
- Qué quieres qué haga, hijo mío…-
- ¿Quién es…, Dios?-.
- Sí.-
- ¡Quiero que me salves!, por favor…-
- ¿Y crees tu que podría yo salvarte..?-
- Por supuesto, Dios, ¿quién si no..?-
- Bueno, pues entonces y ya mismo, ¡corta la cuerda que te sostiene!-
Hubo un momento de silencio total.
La desilusión de Berkley, se mezcló con un pánico indescriptible.
La fe, falló.
Y se aferró con todas su fuerzas de la cuerda.
Cuenta el equipo de rescate que les llamó poderosamente la atención, al día siguiente, encontrar al alpinista muerto, totalmente congelado, aferrado a su cuerda, a tan solo un metro y medio del piso.
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