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Siempre has estado ahí, enredando tus ramas en las varas que mamá puso para que pudieras tocar las primeras tejas del lavadero y descansaras tus flores mirando al cielo. A tu lado, papá quiso una higuera y en verano recogía sus frutos y los ponía a secar sobre una tabla para luego hacer pan de higo con las almendras del huerto. Hacíais una extraña pareja. Tú, esbelta y quebradiza, encantadora de serpientes en las noches de verano. Él, robusto y fértil, atrapador de insectos en otoño cuando un fruto reventaba en el suelo y, del panal que había bajo la maceta de violetas que colgaba de la pared encalada, volaban abdómenes amarillos y negros hacia el vientre abierto y se quedaban atrapados entre los granitos rosados de néctar pegajoso. Mamá te quería a ti. Siempre atenta a tus necesidades, cogía la regadera azul y la llenaba con el agua fresquita del pozo, luego la volcaba y de su alcachofa brotaban unos hilos transparentes que saciaban la sed de tus bocas. Aprendí de ella, en las noches de calor quieto, entre el azul intenso del cielo y las estrellas corridas, a contarte mis cosas. Supiste de mi primer amor que me negaba la comida y el sueño, también bebiste del llanto de mi desengaño. Florecías y sacabas toda tu esencia de adormidera cuando yo soñaba con un nuevo encuentro, refrescando mi piel a tu lado, meciendo mi cuerpo medio hecho, en la mecedora de la abuela. Te achicabas y casi morías cuando mi sola presencia sin palabras te hablaba de una tristeza renovada. Fuiste testigo de la desolación de mamá cuando papá sacaba su bicicleta de niño, al sol de las tres de la tarde, inflaba una rueda, luego la otra, se sentaba en el sillín minúsculo que chirriaba bajo su peso, y hacía círculos en el jardín hasta caer exhausto sobre la tierra y llorar a su madre muerta hacía tanto tiempo que ya nadie recordaba. Mancillé tu blancura con el rojo de mi sangre cuando, distraída por nuevos amores, cortaba media naranja con la navaja de papá. El día en que salí de tus días y de tus noches, del brazo de un nuevo amor, tus ramas se quedaron gachas, anunciando otras despedidas. Papá murió cuando Tánatos le ganó a Eros la partida. Mamá se fue marchitando sola, arrastrando sus pequeños pies dentro de unas zapatillas de felpa gris, hablando con las formas caprichosas de las nubes, con la higuera que se secó un buen día , y contigo que aún la acompañabas, hasta que dejó de respirar. Y ahora me dicen que tú, como ella, estás cansada. He vuelto a comprobar que te has agotado, que nada te retiene entre los vivos, que a tu lado, la higuera es un tronco sin savia, las macetas, un día habitadas por violetas, claveles pintones y azucenas, son esqueletos descarnados. Cerraré el jardín y dejaré que las hierbas crezcan libres y la lluvia y el sol y el aire jueguen con tus ramas, las abracen, dobleguen y deshagan, disolviéndote en la tierra. Volveré algún día con la niña de mi deseo y plantaremos un nuevo jazmín donde tú te alzabas y lo alimentarás y le darás fuerza para que sea testigo de los primeros amores y desengaños de mi hija.

Texto agregado el 03-03-2006, y leído por 255 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
01-02-2009 Que bella y profunda forma de plasmar en la hoja tan sentida experiencia...Hermoso Lola!!! gerardwalt
14-03-2006 como escribes amiga!!!! eres genial! Soy_Naixem
14-03-2006 Clarito, queda todo tan clarito.. Es un pastel. Saludos. Nomecreona
11-03-2006 Mi comentario anterior no era para este relato. Perdón. Es precioso. Me encanta esa renovación y el pátio. leante
11-03-2006 Eres tremenda cuando te pones a describir. Todos escondemos algo que de vez en cuando destapa un Pitufo. leante
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