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De aquellos recuerdos solo quedan nubarrones y uno que otro destello de lucidez, de la alegrìa de infancia solo una màscara, informe, como un trozo de barro humedecido. En sesenta años doña Lucrecia no capitula, ni da tregua a sus rutinas. Mutilada hasta lo recòndito, vibra con la expectativa del mañana; siente la canciòn que tararea como en sus mejores tardes. Inmensa, toda llena de esa cosa indescriptible que llamamos vida. Indòmita y vencida a la vez; minada por la emfermedad que corrompe sus tejidos, desgasta la piel y roba los mejores minutos al calendario. Cansada despuès de una brega que se ha prolongado por años, por hijos y nietos que hoy corretean por corredores de chambrana.
De aquellos recuerdos recuerdos solo quedan nubarrones y uno que otro destello de lucidez, pero hay algo que la conmueve y la hace vibrar: el recuerdo de haber vivido. |
Texto agregado el 29-11-2003, y leído por 222
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