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Encerrada en esa habitación, sin poder salir, sin ver el Sol. Al menos alguien le acompañaba en su soledad. A veces su compañía era una bendición, otras una maldición. Era una persona misteriosa y oscura, no mostraba su rostro y pocas veces hablaba, pero cuando lo hacía daba muy buenos consejos y parecía que siempre se preocupaba por ella. Pero aun así, le detestaba. Detestaba despertar por la noche por culpa de las pesadillas y encontrarlo observándola desde su rincón. Parecía que siempre sabía que es lo que le pasaba por la cabeza y nunca dormía, había intentado sorprenderle por la noche pero siempre estaba despierto, vigilándola. Infinitas veces había pedido que la cambiasen de celda, le temía, pero siempre había sido ignorada, siempre había sido incomprendida.
Pero un día todo cambió. Despertó una noche y su compañero había desaparecido sin dejar rastro. Tanto tiempo juntos y aun no sabía su nombre. Ella le había contado toda su vida y el siempre le había escuchado, atento, sin interrumpirla pero dejando notar que le escuchaba. El día que el desapareció pensó que sus carceleros se lo habían llevado y que ella sería la siguiente. Empezó a gritar, a golpear las paredes y a aporrear la puerta. Sus carceleros poco tardaron en aparecer y sujetarla.
-Rápido, traer tranquilizantes –gritó uno de ellos.
Le ataron en la cama con correas mientras ella se agitaba nerviosa e intentaba deshacerse del abrazo de las cuerdas. Le pincharon una dosis e inmediatamente pareció que se calmaba, pero algo salió mal. Empezó a temblar violentamente y en su delirio pudo ver como su compañero de habitación regresaba y se sentaba a su lado. Se acercó a su oído y le susurró tranquilizantes palabras:
-Tranquila, enseguida acabará todo y podrás venir conmigo...
El débil susurro fue interrumpido por los gritos de uno de los enfermeros que le tomaba el pulso... Débilmente escuchaba como el enfermero decía “La perdemos, la perdemos...”
De repente todo fue oscuridad, pero sintió que no estaba sola. Su compañero estaba allí. Este le agarró amablemente del brazo y la condujo hasta un pasillo sin paredes poco iluminado.
-Vamos, ya no tienes nada que temer, todo ha acabado. A partir de ahora puedes llamarme Muerte...

Texto agregado el 03-03-2006, y leído por 366 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
05-11-2008 Esta muy bueno, desde principio a final. chanoo
10-03-2006 creo que dejas volando las imaginaciones lunas
08-03-2006 orale!!! muy buen escrito, me envolvio hasta el final y ahi encontrarme con la muerte...ojala esta fuera como Brad Pitt en ¿conoces a Joe Black? larus
04-03-2006 Quienes saben su destino, la esperan, unos con calma y en paz, cuando sienten que su trabajo en esta vida esta completa, otros con angustia, no quieren renunciar a la vida. La muerte es lo que todos tenemos en comun, no sabemos cuando ni como, si pudiera escoger seria ya anciana, cuando me sintiera satisfecha con lo que hize, dormida, sin dolor .. y con la esperanza de lo que me espera alla, sera otra vida donde de nuevo volvere a empezar. Esta chido tu cuento, era de esperarse de ti ^^ esme_ralda
03-03-2006 Gran escrito. ¡Felicidades! 5* ASTURIANU
03-03-2006 Te felicito, me gustó mucho tu narración, la manera como llevas el hilo de la historia y como esta nos conduce a imaginar. La muerte llega así, sin avisar. liescha
 
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