La memoria humana tiene diversas tipologías. En función de su duración, almacenamiento, estructuras que intervienen o factores que la determinan, existen diversas clasificaciones que van desde dos (corto y largo plazo) a divisiones cognitivas de un carácter más complejo. Ebbinghaus, Sperling o Baddeley, por mencionar algunos psicólogos y neuropsicólogos más destacados en la materia, establecieron en su momento sus respectivas tipologías en base a la naturaleza del recuerdo, o del mismo acto de almacenar u olvidar información.
Una división accesible, en función de su utilidad o aplicabilidad en la memoria cotidiana, es la dicotomía Memoria Semántica y Memoria Episódica. La memoria semántica es aquella que implica conocimientos generales descontextualizados. De esta manera, de un modo casi inconsciente nos atamos los cordones de los zapatos – confieso que casi nunca los desato para evitar tamaña tarea-, montar en bicicleta, o ejecutar toda la cadena de movimientos que componen el aparentemente simple ejercicio de andar. La memoria episódica “adquiere” y “recuerda” información en un contexto espaciotemporal (por ejemplo, qué hicimos ayer).
La memoria episódica tiene una estructura basada en relaciones, de modo que el recuerdo de un hecho puntual, nos permite hilar una serie de sucesos, hasta recordar un capítulo completo de nuestras vidas. Sin embargo, esta recuperación nunca es perfecta, no se trata de una copia exacta, sino que se construye al recordar, modificando, añadiendo y omitiendo. Asimismo, la presencia de un choque emocional, hace que el recuerdo del contexto alrededor de un hecho, sea más nítido que el recuerdo habitual de un día cualquiera. Por ejemplo, existen fechas señaladas en las que cualquier ciudadano puede comprobar este hecho. El incrédulo no tiene más que preguntarse que es lo que estaba haciendo cuando recibió la noticia de los atentados del 11-M.
Recientemente hemos vivido el vigésimo quinto aniversario del 23-F. Tamañas efemérides – que prácticamente cada año completan los suplementos dominicales- deberían ser contempladas como algo arcaico, vetusto y afortunadamente olvidado. Un capítulo de la historia de España, para que en el café de la mañana, algunos relaten las batallas particulares sobre lo que estaban haciendo aquel día.
Probablemente no exista una persona en este país, que habiendo vivido esa jornada, no recuerde con detalle que estaba haciendo en el momento en que recibió la noticia de la toma del hemiciclo. Por estadística aplicada de algunos de mis interlocutores, me atrevería a decir que la mayoría de ellos añaden además una valoración muy positiva de la evolución de la democracia de este país. Sin embargo hechos como el de las desafortunadas salidas de tono del General Mena me hacen no ser tan optimista. Al margen de un posible deterioro en la Memoria Episódica del mencionado funcionario – por algún motivo ha podido olvidar que a fecha de hoy, seguimos siendo un estado democrático-, deja entrever cierta confusión en su Memoria Semántica, al dar a entender que desconoce por completo que está para servir al pueblo, y no al revés. Y que pese a que el ejército tenga las armas, solo las usará si así el pueblo lo decide, porque son los ciudadanos – a través de los gobernantes que democráticamente han escogido- quienes deciden cuando el ejército debe emplearlas.
Estos hechos, que por aislados deberían ser motivo de cómic y no debate, convierten en frágil a la democracia cuando un partido los secunda. Mientras en España las instituciones militares y religiosas sigan siendo aliadas de una ideología, “machacas” de un partido –me pregunto si no es a la inversa- no será una democracia madura, sino artificial, forzada, y expuesta al rencor y a los valores fundamentalistas que siempre destrozan la historia.
Para el que se lo esté preguntando, tuve la suerte de vivir aquel día en la plena inconsciencia de un casi lactante de dieciséis meses. Confío en conformarme con conocer el susto de oídas |