No te pongas triste, al menos no tanto. No te pido que seas la reina de la felicidad, pero tampoco la batata de la desgracia. Quiero verte así, de este lado, o que los dos asumamos una postura parecida (como tantas veces de antes). Quiero que recordemos y hagamos de esos recuerdos un presente no inventado y material, humístico, humano, trashumado. Trashumado, errado, ermitado.
Si sigues triste hazme parte de esa tristeza. Lo deseo y es mi voluntad con todos los creces. Quiero contaminarme con lo que piensas y con lo que te convulsiona las sensaciones en el estómago y en la cabeza. Quiero entender lo que te revoluciona el sueño y hace de tus noches algo solitario, frío y reptiliano. Porque a mí a veces también me pasa que no puedo decir qué sucede, y me tiemblan las manos cuando no hay nadie mirando, y un brillo verde emana de mi piel, como evocando palabras o sensaciones antiguas, electroides y paranoides, androídicas. Y es como si todo fuera evidente y expresable, pero imposible de hacer cruzar la garganta para cubrir los labios y salir de uno en forma de suspiro, palabras o rezos. Sólo pasa con los ojos, que se cruzan y se revuelcan en el barro humano más mohoso y verde, como si fuera la primera niebla del año, la que se aloja detrás de las amígdalas.
Aparecer en msn es como subirse a un carro andando. Es como entrar a una sala llena de gente que desconoces y que observas con la vista gacha, usando la visión periférica. Entrar a msn es solitario y preservativo, es un arrebato en un computador ajeno y es decadente a la vez. Lo es porque no se levanta ninguna ventana y nada titila en la barra de tareas. Lo es porque yo no abro ninguna ventana y no digo ningún hola, y no intento, de ninguna forma, gestar algún indicio de sociabilidad virtual.
Pero me gusta así. Se siente masticable y dulce detrás de la lengua. Es como una secreción endorfínica y pacífica. No hablar. No estar. No existir. O estar, hablar y existir con un esotérico contacto que ahora, obviamente, no está. Precisamente. Si estuvieras, te hablaría. Te diría, ¿sigues triste? ¿sigues acá o desapareciste? y luego escribiría "(halcón)" seguido de "(mirada mohosa)". Y minimizaría la ventana para recargar gmail o revisar fotolog; como si hubiera llegado un correo importante o el post que estabas esperando. Sé que es un pequeño asesinato hacerlo vez tras vez; sé que genera y degenera en mí las sensaciones ingrávidas, las que se muestran como el fenotipo de una cadena mal elaborada, destruida por alguna mutación inconsciente. Y lo reconozco como propio y, sí, medio críptico.
¿No te pasa a veces que tienes una sensación como delirante, febril, que te hace ver todo desde lejos, como si tú no fueras parte y conformaras un espacio descorrido, alternativo a la presencia inercial de las cosas? Yo la tengo ahora. Y se me está pasando lentamente. Por un momento se me taparon los oídos y por otro sentí que mis manos no me correspondían. A veces pienso que esos son los efectos de la droga, pero, a mí me pasa de forma natural, bastando con concentrarse en el refugio anímico, en lo más independiente, en lo que queda cuando el resto se desmorona (el resto de ti) en pedacitos de adobe reseco, terrones de polvo que se soplan con el mismo aire que respiras.
Me laten los pómulos y me sudan frío las manos. Me escapo a los lugares inexplorados de mis recuerdos, a los sábados celeste-naránjico de la infancia y a la caminata de la última niebla (azulosa, mohosa, difractada por el atardecer aromático del invierno). Exhumo memoria.
¿Estaré enfermo? No he comido desde ayer. No siento hambre. Dormí un par de horas, y no tengo sueño. ¿Me estaré transformando en mosca? Me duele el homóplato (olvidé cual es su nombre actual, ¿escápula?), aunque debe ser un músculo y no el homóplato (escápula). Los huesos no duelen. Pero las moscas no tienen huesos. ¿Y los cartílagos? Mi sangre está helada, y no corre por el torrente, cojea. |