Todos creían que no lo haría.

Parado encima del mueble de su abuela se sentía como si fuera un experto, nunca lo había hecho desde tan arriba, pero era su momento.

Abajo lo esperaban, la lucha continuaba en las cuatro esquinas de la cama, por un lado Rodrigo y Mauricio peleaban contra Ricardo. Este les desgarraba las máscaras recién compradas, y por otro él seguía dudando si lanzarse o no.

De repente y sin pensarlo, voló, voló como nunca lo había hecho, como Icaro quiso hacerlo. A través de la máscara notó que la cama se alejaba cada vez más, ya nada podía hacer, era un luchador, y correspondía seguir volando.

Rosa entro corriendo al cuarto, Ricardo tenía en la mano la máscara de Rodrigo, Mauricio la tenía a medio romper. Él miraba hacia arriba, había encontrado su profesión, volaría como luchador, entrenaría como luchador sería un luchador, por esta ocasión sólo le costó un codo, mientras Rosa llamaba a José para llevarlo al hospital.

Hasta la fecha y cada vez que se sienta a pintar, porque cabe mencionar que ahora es un pintor, y después de 20 años de aquella lucha, el codo le sigue doliendo, recordándole que lo de la lucha libre es cosa seria, si no basta preguntarle a su primo Rodrigo, quién después de aquella lucha nunca ha vuelto a perder su mascará, consagrándose como el terrible rey de las alturas que él alguna vez fue.