Cuentan los más ancianos de la aldea que un buen día llegó caminando, Sin Tao, un monje peregrino cuya fama de santidad y sabiduría corría por aquellas tierras al pie de los Himalayas.
Al percibir desde lejos una llamativa túnica anaranjada. una humilde pareja de campesinos corrió hacia él consiguiendo así ser los primeros en rogar al maestro Sin Tao que compartiera su humilde mesa y pernoctara en su casa, y al recibir respuesta afirmativo se sintieron enormemente dichosos de que tan ilustre maestro se dignara aceptarles. El hombre cogió el animal más cebado que tenía y lo mató para preparar la cena y la mujer se afanaba preparando el mejor banquete que sabía y sus escasos medios le permitían. Mientras tanto. el maestro Sin Tao meditaba en un rincón. Cuando la cena estuvo lista. los tres se sentaron a dar buena cuenta de ella. Una vez los cuencos estuvieron vacíos. la pareja miró a los ojos de Sin Tao a la espera de algún comentario sobre las bondades de los manjares consumidos, pero Sin Tao, sin alzar la vista, se puso en pie y se fue de nuevo al rincón a meditar. Al cabo de una hora, y cuando ya el sueño reclamaba a los tres, Sin Tao les dijo:
- ¿Os habéis sorprendido de que no os dijera nada sobre la cena?
- Sí -respondió él- la verdad es que esperábamos algunas palabras de agrado.
- Pues os diré que ha sido a propósito para enseñaros que tenéis que hacer las cosas sin esperar recompensa, sin esperar nada a cambio, desapegándoos de la vanidad que supone ver gratificado vuestro esfuerzo. con unas halagüeñas palabras que sólo servirían para inflar vuestro ego; que nada os perturbe, nada os inquiete.
Una vez acabada la lección. el maestro y la pareja se fueron a dormir. Mientras dormía, Sin Tao tuvo un sueño en el cual se vió a si mismo abatido en el suelo por una potente luz y una fuerte voz que le decía:
- Escucha Sin Tao, yo soy quien todo lo rige y algunos llaman Alá, Buda, Cristo, Krishna y otros nombres, y te digo a tí que aprendas la lección que te doy a través de los humildes aldeanos que te hospedan. No quieras tener atributos divinos cuando aún no tienes los humanos, y menos aún dar lecciones, ¿quién te ha puesto a tí, ser humano, a mi altura, que soy el Maestro?. Tú y los que como tú son, os interponéis entre yo y los hombres. Sólo yo enseño, guío y doy lecciones y experiencias a cada uno de vosotros. Aprende mi lección; eres un ser humano, vive, pues, como tal, despréndete de esos vanidosos ropajes. trabaja para ganarte lo que comes y no ser así una carga para los demás, y no desprecies lo que yo hice, macho y hembra. busca una compañera y vivid juntos. Y ahora, aprende a ser agradecido por la comida y el lecho que los aldeanos se han esforzado en ofrecerte. Yo soy el Maestro, aprende, pues, la lección que te doy.
Desapareció la luz y se dió cuenta de que la pareja de aldeanos estaban allí y habían visto toda la escena. Se despertó sobresaltado y al incorporarse se encontró con los asombrados ojos de la pareja que le iban a decir algo, y comprendiendo al instante que ellos también habían tenido el mismo sueño. antes de que pudieran abrir sus labios, Sin Tao acertó a decirles:
- Gracias por todo, y perdonadme hermanos.
Avergonzado, abrió la puerta y se perdió en la obscuridad. Sin Tao ya no fué el mismo. Cambié su nombre por el de Kuan Tao. se estableció en una aldea cercana, tomó compañera, y trabajaba en las labores del campo.
Pasaron muchos años, y un buen día apareció por su aldea un misionero católico, cuya fama de santidad y sabiduría, corría por aquellas tierras al pie de los Himalayas. Kuan Tao y su mujer, dos humildes campesinos. le ofrecieron que compartiera su pobre mesa y pernoctara en su casa... |