Encerrado en medio del vacío, vuela el pájaro de fuego. Extiende sus alas hacia el infinito y sus plumas de ceniza se pierden en medio de la nada. Nunca llega a ninguna parte. Nunca encuentra su camino. Sabe que su vuelo es estéril, pero ese fuego que le consume cada día, también le da la vida y le alimenta de pasión desmesurada. Cada día nace y cada día muere, como si fuera la primera vez.
En medio del olvido, está el pequeño Cupido. Pensé que si le encerraba cerca del ardiente ave, quizás sus alas también se quemasen. Sus flechas me son conocidas, las lanza de hielo para helarme el corazón, pero ahora permanecen derretidas. Te he vencido mi pequeño. Duerme mi rollizo bebé. Cupido ahora descansa en medio de un sueño profundo. Yo te acuno entre mis brazos mientras te canto una hipnótica melodía. No despiertes mi niño, duerme a la lumbre de mi pájaro, escucha su canto apasionado. Los dos nos dejaremos quemar por sus alas y quizás mañana, igual que él en su destino, volvamos otra vez a nacer, viviendo sin esperar la muerte en cada esquina de nuestro camino.