Son las nueve de la mañana. Empieza el programa de radio que hace meses no escucho. Siento una paz invasiva que me corroe las entrañas. No me sirven mis antiguas estrategias, ni mis tácticas, ni mis pasiones, ni mis defectos.
La vida, definitivamente, ha decidido cambiarme. No se que hacer con nada de lo que sé. Me debato entre las nuevas estrategias y los viejos conocimientos. Y es una lucha eterna y ancestral. Los sabios dicen que es la base de los nuevos saberes.
Son las nueve de la mañana de una mañana increíble. Las nueve de la mañana de una vuelta a casa. Yo vuelvo a casa, yo que me sentía sin hogar.
Quizás entienda de repente que el hogar es esa marejada de problemas, esa comunión de intereses que se debaten (pero no luchan). Quizás pueda entender de una vez y para siempre que el hogar no es el ámbito físico, sino el abrazo que abriga. Quizás pueda entender que hogar es que todos estén conformes y se sientan felices de volver a las cuatro paredes que contienen y a veces hasta abrazan.
Quizás pueda saber que Dios volvió a bendecirme y me bendice en la angustia y en el dolor, en la alegría y el crecimiento. Quizás pueda entender que el regalo de Dios es trabajo del hombre. Y para los que no creen en Dios, reemplacen por la palabra Vida. Y es así y la Vida no te abandona.