Abro de pronto la puerta de mi departamento y me encuentro ahora con nuevos vecinos. Extrañamente, la gente que antes conocía ya se ha ido y a muchas otras no las frecuento y por algún motivo, ellas tampoco lo hacen.
En cambio, allá a lo lejos, casi en el otro extremo de la comuna de La Página, presiento más que lo veo, a un Rodrigo patriarcal que hace tiempo ha dejado de levantar su voz, acaso para comunicarse con esa otra que corre rumorosa dentro de su pecho. Es increíble, pero a veces lo escucho cantar y de seguro que es un coro de tucanes emisarios que van desgranando su mensaje de alegría por los azulosos cielos de la comunidad.
Bastante más cerca, escucho el constante tipear de un teclado y a menudo un desagradable olor a quemado. Junto al olor ese, se escuchan simultáneamente una serie de maldiciones en que se mezclan las imprecaciones propias de un capo italiano y las de una sencilla señora de allende los Andes. Entonces la veo a ella que aparece con su olla y vacía el contenido en el tacho de la basura. Es la incomparable Magdalena, que en su pasión por escribir, descuida menesteres tan profanos como cocinar una simple tallarinata. De inmediato, otra dama abre su ventana y lanza una risotada, pero se arrepiente al instante de su esopontánea hilaridad porque Magdalena, muy buen genio tendrá, pero a nadie le gusta que festinen con su nonagésima cena arruinada. La de la risa sofocada es Shou, que continúa luego con su tarea de crear bellos haikus y repite hasta la saciedad: cinco, siete, cinco, cinco, siete, cinco mientras va tejiendo palabras bajo esa mágica constante.
Hace poco, he conocido a una niña muy romántica que vive en un block cercano. Ella tiene un hermoso nombre, pero le asignaron un número como nick y no se sabe si su melancolía es porque esa cifra la emparienta con sórdidos campos de concentración o porque simplemente ella es puro sentimiento. Estoy por creer que es esto último lo que la motiva, ya que su obra es de una poesía nostálgica en la cual ella se refleja de cuerpo entero.
En un hermoso departamento que está a pasos del mío, se filtra la bellísima melodía del Lago de los Cisnes y a través de los visillos alcanzo a percibir la silueta delgada de una bailarina que ensaya y ensaya hasta altas horas de la noche. Es Ignacia, que va rememorando sus vivencias, las que plasma en medio de su incesante danza en medio de la noche.
Tengo una amiga que vive un poco más cerca. Con ella compartimos un montón de cosas, incluso los amigos. A veces me pintarrajea los muros con poemas sensuales, en otras ocasiones me dibuja figuras de animalitos y seres mágicos. Yo me desquito y le envío un batallón de murciélagos para que le den las buenas noches. Pero todo lo que ella me escribe, se borra a las pocas horas y los muros quedan más impecables que cómo estaban. Mis murciélagos, en cambio se quedan en su cabecera para velar sus dulces sueños. Con Anémona jamás nos haríamos daño, ella me desea lo mejor y yo subo la apuesta. Así son los buenos vecinos.
Pasado un ancho río, existe una simpática pareja que siempre está en contacto con nosotros y para comunicarnos, utilizamos espejos y pedazos de estrellas. Ella, Neus, construye con sus sutiles poemas, un larguísimo puente que le permita cruzar esas aguas que separaron su existencia en dos mitades. Grajú la alienta en su tarea mientras pinta acuarelas en el respaldo de sus sueños. De allá también me llega una brisa suave que es el símil de una paloma mensajera. Dentro de ella viene arropada la voz cálida de Entrelíneas, una poetisa intermitente que de seguro viaja en pos de delicados sueños por todos los senderos encantados.
Y de este modo, tengo también de excelentes vecinos a Peter 6, Meci, la escurridiza Yoria, Gatelgto, India y una serie de amigos nuevos que conozco sólo de saludo. Esta tarde recorreré con paso calmo los blocks que me rodean para repartir parabienes a los amigos que acá no he mencionado. La noche caerá desfallecida y aún continuaré saludándolos. Por lo menos, eso es lo que espero...
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