Al ver mi rostro en el espejo, que de mañana en mañana -y esa mañana en particular-, era siempre el mismo, con miedo y algo de angustia noté que mi imagen se quedó allí inmóvil mientras me alejaba… con toda sorpresa me acerqué de nuevo para comprobar tan extraña fijación de tiempo sobre aquella vieja superficie ¡y sí! la imagen estaba detenida, ya no era mía sino propiedad de un instante pasado. Y sin poder alejarme, presa del desconcierto por tan inusual acontecimiento, la imagen le sonrió sarcásticamente, con un revestimiento de odio y pedantería, a mi rostro real –si acaso real es este rostro que me acompaña –.
Tal insuceso, más que miedo produjo una aterradora tristeza en mis erizados sentidos… ¡No existía! ¡No existí!… fui siempre una mentira dibujada y por consecuencia del tiempo y la vida misma tampoco era existir lo que hacía en ese ahora. Me encontré con la vida ajena de los pasos que me habían llevado hasta ese hoy de inmensa incertidumbre, acompañados de la risa macabra que producía en mí la palabra sentido en todo cuanto creí. Grandes arquetipos se demolían ante mis ojos irritados, y ni siquiera el abrupto ruido de los cimientos derrumbados alteraba esa infame cruzada de muerte y silencio que era toda mi pesadilla.
Sin embargo, mientras la imagen del espejo no dejaba de hostigarme y su mirada fija atormentaba la mía indecisa, encontré entre las sombras un nombre corto, discreto, febril. Retraída se pronunciaba por primera vez la palabra entera que bautiza su nombre azul, y como en ritual mágico de iniciación me hice quijote en la bastedad hermosa de los amores imaginados y la inmensidad miserable de mi ciudad anónima…
Y sí, aunque todavía se asome una legión de rapaces cuervos asaltando el rojo crepúsculo que golpea de tarde en tarde la casa de mi padre y no se pase la tristeza por mí dentro de ella, aunque todavía la imagen del espejo se quede inmóvil ante este dibujo de mí que cobra forma y movimiento, postergo todo mientras le canto sin que me escuche y le escribo sin que me sepa, una posdata inconclusa, tal vez de amor, a su azul y cálido nombre. |