Prisma.

Cavilante emergió del espacio onírico, portando un prisma entre las manos, muy deslucido, casi opaco. Respiró suavemente, depositó su hálito sobre la superficie lisa del objeto y emitiendo un tenue silbido el prisma comenzó a encenderse.

El vaho se convirtió en luz atravesando el interior de la cosa y de ella afloró un espectro infinito de colores, en donde se destacaban el rojo y el violeta, tal como en el arcoiris. De los colores nacieron dos figuras, completamente distintas. Una era de piel oscura y delicado cuerpo, mientras que la otra era de tez blanca y gruesa figura, la luz de ambas formaban el círculo perfecto, el comienzo y el fin del tiempo.

La primera silueta lo rodeó en una roja danza incontenible, como mariposa titilante, extendiendo sus brazos estilizados sobre él y de manera delicada, lo guío hacia un lecho en donde pernoctaron por largo tiempo sumergiéndose en un dormir apacible. Al término del sueño, cuando el ser abrió sus ojos transparentes, descubrió a la segunda figura recostada junto a él, esbozando una sonrisa violeta menos dulce que la de la forma anterior, como azotada por un pesar distinto. Él sólo la abrazó, como esperando continuar en aquel tranquilo descanso, pero esta vez ella corrió lejos de sus manos.

La silueta se mantuvo yendo y viniendo constantemente, mientras que la otra desapareció tras una niebla espesa que era imposible de disuadir. Ante la negativa de ambas abandonado esperó por verlas juntas de nuevo, en el mismo lecho tibio, hasta que el tiempo se hiciese uno y desde donde se viera el círculo perfecto al final del camino.