Mi señora es amarilla como la margarita,
tiene sus emplastes azabaches con sus singulares señoriles.
Su simbiosis nunca existió.
Pero quién la conociera,
la recordaría,
como una morenaza tardía,
con su mordaza extendida,
por culpa de la sazón,
el hollín, y la lejanía...
De su manipulador conductor,
quien con él me engañó,
esos días de pasión,
de calurosa extensión.
Quién no la conocería,
si me la están echando
noche y día.
Ya con su conocido velo,
me ahogaba de tal atención,
que era una toxina,
para tal devoción.
¿Pero quién me va a decir
que es bella?
Solo yo,
que no brillas como una amarilla estrella,
pero con tu apatía,
Cuando ensuciabas
la flor en epifanía.
Mi recuerdo no es en vano:
tus ladrones, tus robos,
tus ambulantes
señoritos comerciantes,
al fin y al cabo,
de cabo a rabo,
me voy a tus exequias,
al fin me despido mi pundonorosa doncella;
que cuando fuiste al doctor,
llorabas de clamor,
y no te daban el perdón;
Sí, mi damicela,
se que te flagelaron esos vanidosos ''sapos'',
por culpa de ellos fue tu flagelación,
y yo soy el que te da el perdón;
aunque hay un cielo para todos,
no sé si para tí,
que fuiste forjada del acero pintado,
al dulce nacar,
al morir, te veré,
en esa alma limpia,
no ambigua,
que fue mi doncella,
que nunca aproveché por ser tan bella,
me despido, miladi,
porque serás reciclada como todo lo material;
lo terrenal.
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