-¿Por qué lloras, hermanito?- preguntó ella entrando en la habitación y mirándolo con ternura.
-No sé, no puedo dormir, tengo miedo- respondió entre sollozos.
-¿A qué?
-No sé… fantasmas. Siento que están por todos lados, y me dan mucho miedo.
Ella se acostó junto a él y, abrazándolo, comenzó a hablarle en el oído.
-Mi niño, no te diré que no existen, porque no me creerías, pero te explicaré que ellos no son malos. Son angelitos que bajan del cielo para cuidar a los niños.
-Pero… ¿y si cuando estuvieron vivos fueron malos?
-Para eso están los angelitos, para protegerte.
-¿Cómo lo sabes?
Se formó un silencio. Lo pensó un instante, hasta que se le ocurrió una respuesta.
-Porque a mí los ángeles también me cuidaron a tu edad. Ahora duerme, yo me quedo contigo esta noche.
Él se sintió más tranquilo, cerró los ojos y se durmió en seguida.
Al día siguiente, se dio cuenta que ella no estaba. Se levantó y fue a la cocina, donde vio a su madre llorando junto a la madre de la mejor amiga de su hermana.
Preguntó qué pasaba, pero no le quisieron responder. Sin embargo, pudo escuchar algo de que una fiesta en la noche, de un accidente y un conductor ebrio.
Pasó todo el tiempo sin comprender la razón por la que no veía a su querida hermana, excepto en las noches, cuando ella lo visitaba y le contaba cuentos para que se durmiera, volviendo a desaparecer durante el día.
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