Como olvidar el viejo portón de color marrón y la mañana fría de aquel 2 de enero del 2000, fueron testigos mudos de mi partida. El "andia" que así se llamaba el viejo micro de color amarillo y azul, calentaba motores en medio del bullicio de la gente colectiva apostada en la plaza de armas, ¡Despídanse hijos de su tierra les espera otro mundo! repetía don Arce, como marcando el paso por el jirón Ancash. Tenía 16 años cuando el carro se alejaba de Conchucos, sacando "polvadera" como dice la canción. Atrás quedó aquél mundo mítico, los truenos y relámpagos, mis trompitos de eucalipto, los paseos por aúlla con fiambre incluido y los días de pesca de truchas. Las subidas zigzayantes de Lacabamba, las frenadas y el crujir de las llantas en cada una de esas curvas llevaban el compas de mi partida. La travesía de Chora fue más lenta como queriendo retroceder como una fuerza extraña te impidiera la partida y una voz te gritara no te vayas.... poco a poco solo el cielo azul serrano se podía divisar, y la promesa clavada en el pecho de un día regresar se hacia mas fuerte. De allí hasta Pallasca, pasando por su placita adornada de pintorescos cipreses, y modestas vendedoras de deliciosos panes y sabrosos quesos, así transcurrió el viaje que se hacia interminable, pero la imagen de Conchucos no se separo ni un momento de la mente de quien vivió y aprendió amarla, a pesar de raro que fue cuando lo conoció por primera vez. De allí hasta Chuquicara donde ya se respiraba a costa, la idea de llegar a ese otro mundo; El mar, esas calles llenas de autos ruidosos e iluminadas disipaba la angustia de este viaje sin retorno. Pero más allá de la algidez quedaba la afable añoranza de el disfrute de una niñez, donde nadie interrumpe el paso del tiempo ni de el viento que te abraza, correr por la inmensa naturaleza, asir el agua pura de un tranquilo riachuelo, ver juguetear a una fauna indescriptible; realmente la congoja te roba unas lagrimas que se convierte en letanías de un difícil enigma. Hace poco retorne a Conchucos y una nostalgia y alegría invaden mi alma, en la misma plaza y madrugada de mi partida. Desde entonces persiste un deseo incontenible de volver como queriendo recupera lo perdido. Hoy en cada paso que doy por tus calles Conchucos mío recuerdos de mi niñez sana, pura y privilegiada que transcurrió lejos de la velocidad inevitable de la modernidad que hoy te invade ¡como has cambiado Conchucos mío! casita de mis recuerdos, ya no estas más ahí pero aún cuando no seas el mismo espérame contigo estaré. |