Nada de relieve al principio. Una persona cualquiera va caminando por una calle cualquiera. Bosteza como cualquiera y súbitamente le entra un mosquito dando como resultado las consabidas tosidas y maldiciones, escupitajos y finalmente la expulsión del intruso. La persona continúa caminando (y es aquí donde deja un poco de ser cualquiera) y empieza a pensar en cómo desgranar una posible historia de esa anécdota cualquiera; de hecho, imagina varias posibles historias. Tiene incluso dos posibles títulos. Compra las cosas que tiene que comprar y ya tiene varias frases que le van muy bien a algunas de las historias. Vuelve a su casa. Qué rápido que pasa el tiempo. Siente el vago impulso de sentarse a materializar alguna de sus historias. Siente que la vida es extraña, que existe algo a un costado o debajo del banal evento de que un mosquito ingrese en la boca de uno y moje sus alas saladas en la lengua o dé tumbos en el paladar. Siente que el acto de sentarse a escribir en una hoja en blanco implica algo de demiúrgico y cualquier encantamiento puede surgir. Está por convencerse de iniciar el acto, de que comience la función, pero antes va a la cocina por algo de beber. No hay coca-cola. Se molesta. Bebe leche a pico de botella. De vuelta se cruza con el televisor, toma el control remoto y lo enciende como cualquiera.