Era un lameculos, un chivato, un tío despreciable. Ninguno queríamos tratos con él. Daba grima sólo ver su piel lechosa, sus labios abultados como babosas rojas. Siempre nos estaba espiando, siempre menos a mitad de la media hora de patio. Se iba a los servicios y se encerraba hasta que sonaba el timbre, entonces volvía a clase, más pálido que antes. Daba miedo el tío, parecía haberse quedado sin sangre.
No sé a quién se le ocurrió la idea pero a todos nos gustó. Nos fuimos a un "Todo a cien", nos llenamos los bolsillos de petardos, y cuando el tío se encerró en el servicio, como la pared no llegaba hasta el techo, le lanzamos desde el servicio de al lado, una andanada de cartuchos encendidos. Salimos corriendo muertos de risa. Después nos enteramos de que le estalló un petardo en la mano, llevándose una falange y nos cambió el humor. Esperábamos la denuncia y la expulsión, pero no llegó. A los pocos días, el tío apareció en la clase con el dedo anular vendado. Se sentó en su sitio, colocando la mano encima de la mesa, en lugar bien visible. Cuando le quitaron el vendaje, nos mostraba el muñón de su dedo sin el menor recato. Lo dicho, un tío despreciable.
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