Me despierto incómoda, me duele el cuello, tengo calor y me molesta el sudor pegajoso y ácido tan asqueroso que viene con el verano.
Froto la cara contra la almohada girando la cabeza ¿Para qué mirar el reloj? Ya sé que hora es.
El camión de basura me despierta siempre, compacta exactamente a la misma hora, debajo de mi balcón.
Voy a bajar un día de estos para pedirles que cambien de esquina. Es justo que lo hagan una vez en cada cuadra, no tengo porque soportar siempre el ruido que me hace saltar a la misma hora. ¡Tengo que trabajar! Si se piensan que la guita me la regalan están muy equivocados. Cuando ellos me digan que lo hacen cada trescientos metros ni uno más ni uno menos porque la gente cada vez tira más cosas y que aunque eso les parece raro porque si no hay plata se desperdicia poco ellos no son nadie para ponerse a pensar en las cuestiones sociológicas y el estilo de vida de las personas, solo están para llevarse lo que los demás tiran. Ahí les voy a decir que ya que la única queja que reciben es la mía, bien podrían saltarse mi ventana. ¡Eso no les cuesta nada!
Lo que hago durante el día es importante y no puedo dormir bien porque ellos me llaman siempre a las 2:43 y, sobre todo, les recuerdo que todos los benditos años les pago el maldito saludo de navidad. Otros pueden hacerse los distraídos pero yo soy incapaz de cuestionar su noble trabajo. A ellos puede parecerles inmundo y hasta repugnante, alguien lo debe hacer. Yo me solidarizo con ellos al comprarles las bolsas de residuos. Hasta leo el poema: Los muchachos del camión ¿Quién hace eso?
No se por qué tienen que ser tan puntuales. Está bien que pongan dedicación en su trabajo, pero así como alguna vez se dejan olvidados unos cachitos de cartón que no embocaron con el único intento en el hoyo, bien pueden olvidarse de mí de tanto en tanto y no compactarme la basura en la oreja. Todos se atrasan o adelantan, ellos no ¡Jamás! Ni un minuto o un segundo antes o después.
Esa horrible hora.
Me pesa el brazo derecho, la mano debe de estar tres veces más grande de lo que podría soportar mi hombro, siento lo que toco como apagado, como si tuviera los dedos de corcho ¡Claro, eso es! Como tener un cuerpo acolchado y protegido por paneles curvos de corcho.
"La naturaleza no tiene formas rectas, si algo hay recto no es natural" ¿Dónde escuché eso? Una frase brillante. Aunque las púas del puercoespín son bien derechitas, al menos en las fotos no tienen nada redondeado.
Eso de tener protecciones de corcho puede ser algo muy interesante. Me habría evitado unos cuantos machucones. Tendría la desventaja de sentir todo raro pero me podría acostumbrar a sentir así, finalmente, todo es cuestión de adaptarse. "Solo sobreviven los mejor adaptados". Otra frase brillante. Y vaya a saber ¿quién decide cuáles son o a qué hay que adaptarse? No es ésta hora de ponerme a pensar este tipo de pavadas.
Dicen que son buenos para los calambres. ¡Ay! No tendría que haber pensado en eso. Fue buena idea buscar un departamento con pisos de madera. Otros se fijan en la luz, la ventilación, la orientación y cualquier cosa, no le dan importancia al piso. No deben tener calambres. Apoyar los pies en un piso de baldosas puede ser fatal.
"Calambre del peroneo lateral largo". Suena tan elegante y doloroso. No, parece que esta vez no pasa nada. Mejor así.
Tengo sed. La heladera, pelada. Ni tiempo de hacer las compras.
"Cuando tenés sed, nada mejor que el agua". Brillante.
Agua... Sin gusto, sin color, sin sabor. ¡No! El agua tiene gusto a agua. Cada vez que tomo agua, inclusive con los ojos cerrados me doy cuenta de que es agua. Claro.
¿Cuándo lloverá? Aunque si llueve y sale el sol es peor. Más calor, más humedad.
"Lo que mata es la humedad". Nunca, pero nunca, conocí a nadie que se muriera de humedad. Se dice cada cosa cuando no se tiene nada que decir. La sabiduría popular no es nada sabia a veces.
Otra vez está mi cabeza nadando entre minucias que vaya a saber de dónde salen. ¡Dormir!
En pocas horas suena el despertador y me tengo que levantar, duchar, salir, viajar, llegar, trabajar y volver.
Siempre pienso bifurcando, los pensamientos no se pegan unos con otros hasta formar un tronco, un tronco y raíces.
Una vez leí que las personas que dibujan las raíces de los árboles fuera de la tierra no tienen buena base.
Yo ni siquiera llego a un tronco ¡Qué digo tronco! Una rama gruesita, algo, que sostenga las ideas deshojadas que me aparecen en la cabeza cuando el basurero ruge.
Concentrarme y dormir.
Concentrarme para dormir, imposible por incongruente.
Uno se concentra para estudiar.
Relajarme y dormir.
Si, linda la teoría.
El brazo dormido, el cuello duro, el calor insoportable... y el camión de la basura que no aparece. |