Paseo de medianoche (parte II).
Dedicado a “Pacheco”.
No había alcanzado a alejarse lo suficiente como para dejar de sentir su perfume cuando Roberto ya sintió esa tremenda sensación de vacío que nos dejan las situaciones sin resolver. Parecía que todos sus planes, su premeditación, su meticuloso cálculo de tiempo y circunstancias había sido en vano.
Siguió caminando, sin pensar. Pero no alcanzo a llegar a la próxima esquina cuando decidió volver. Sabia que aquella seria su ultima oportunidad. Al día siguiente ella se iría de regreso a su cuidad de origen ya que estaba decidida a abandonar los estudios empezados con todas las esperanzas tres años atrás.
Giro 180 grados sobre tu pie derecho y se dirigió nuevamente a donde ella todavía esperaba. Volvió a tomar la cuchilla con su mano, pero ahora ya no solo con fuerza sino también con furia. Camino mas decidido que nunca, su paso era como el de un caballo al tirar de un arado, firme, preciso, ordenado y apresurado.
Si decir una palabra esta vez, se paro frente a ella y saco del amplio bolsillo del sobretodo marrón la cuchilla perfectamente afilada. Ella alcanzo a ver el arma y quedo paralizada. El observo muy rápidamente su alrededor para verificar la ausencia de testigos y de reojo alcanzo a ver el tenue resplandor de la única luz de la cuadra en el reflejo de la hoja de su filosa cuchilla. Nadie pasaba, era el momento de actuar.
Con un solo movimiento rápido y certero coloco su mano izquierda sobre la boca de la victima para evitar que gritara o emitiera cualquier sonido y aprovechando que a pesar del frió ella tenia el saco apenas abierto, esquivo la solapa del mismo e hizo ingresar fácilmente la punta de su arma a la altura del ombligo, un poco mas a su izquierda y en dirección hacia arriba, como buscando el hígado. Ella no realizo ningún movimiento de defensa, el terror y desconcierto del momento la dejaron estupefacta. La mujer pudo ver el reflejo de sus ojos en los del asesino. Rodó por su mejilla y luego sobre la mano del acecino, que aun tapaba firmemente la boca de la victima, una lágrima de tristeza y desconcierto. El no tuvo piedad, y ya que en el primer golpe no logro enterrar del todo la hoja en el delgado abdomen de su victima, concentro todas sus fuerzas en su brazo derecho y le dio un nuevo y fuerte empuje que hizo ingresar la cuchilla hasta el comienzo de la empuñadura de madera, haciendo que el liviano cuerpo quedara suspendido de su fuerte brazo. Dio un paso al costado con el cuerpo todavía sostenido por su brazo, la apoyo en el rincón de la húmeda parada de colectivo, torció levemente la cuchilla en sentido de las agujas del reloj dejando así salir un poco mas se sangre, y lentamente dejo caer el cuerpo ya sin fuerzas al piso.
Ella lo seguía mirando a los ojos sin entender lo que sucedía. El le seguía tapando la boca con su mano y también la miraba a los ojos, pero no de la forma que ella lo hacia, tenia una satírica expresión de satisfacción. Se quedaron mirando unos instantes, victima y asesino, como dos enamorados. Pero no era el amor lo que los unía, sino la muerte. Ella afirmo sus manos en los fuertes brazos del asesino como queriendo detenerlo. Unos segundos más tarde el cuerpo de la victima tuvo una especie de temblor manifestando el final de sus signos vitales y quedo por fin inmóvil, sin vida, en aquel rincón de la descolorida parada de colectivo.
El se levanto y miro nuevamente a su alrededor. Nadie circulaba por la zona. La fría y húmeda noche de invierno había convertido en desierto el ya de por si desolado barrio. Arranco del rincón opuesto al que estaba el ya cadáver un manojo de pastos y los utilizo para limpiar la sangre de la hoja da su amada cuchilla. Noto el detalle que a causa del intenso frió ya se habían alcanzado a coagular unos hilos de sangre en la unión de la hoja y el mango del arma homicida. Entonces con su mano izquierda saco del bolsillo trasero del pantalón el trozo de papel absorbente que había dejado preparado, quito los hilos de sangre coagulada de la cuchilla y con el resto se limpio cuidadosa pero rápidamente su ensangrentada mano derecha. Arrojo el papel ensangrentado al piso y guardo nuevamente la cuchilla en el bolsillo derecho del sobretodo. Se volvió a agachar junto al cadáver de la mujer, acomodo sus finos cabellos detrás de su oreja para ver por ultima vez aquel bello rostro y en un gesto casi paternal le dio un beso de despedida en la frente.
Se paro, miro por última vez a sus espaldas, nadie estaba allí. Respiro hondo, se sintió realizado, el trabajo estaba hecho, ya no había vuelta a atrás, tampoco la deseaba. Metió sus manos en los bolsillos del sobretodo marrón, tomo con la derecha la cuchilla, pero esta vez ya sin intención de volver a usarla sino solo para sentirla, y se fue caminando rápidamente a casa, su mujer no debía notar su paseo de medianoche. |