El ciervito sabía que su vida corría peligro y por lo tanto se aproximó sigiloso a aquellos matorrales, desde donde había escuchado algo parecido a suaves ronquidos. El animalito asomó sus ojitos tímidos por entre la espesura y contempló asombrado a un cazador que dormía a pierna suelta bajo unos árboles. A su lado, un palo de fuego descansaba sobre la hierba. Recordó el ciervito que había visto a esos hombres tomar entre sus manos aquellos artilugios y que después de un estruendo espantoso, uno de sus hermanitos se desplomaba herido de muerte. Por lo que dedujo que aquel aparato poseía magia, era cosa de tocarlo y de inmediato se cumpliría el deseo. Por lo tanto, con extrema precaución, se acercó al arma y luego de un breve titubeo, se encaramó encima de ella y pidió algo con sus ojitos cerrados. No ocurrió ningún estruendo, pero de inmediato sintió que sus piernas habían ganado en agilidad y escapó tan raudo como no lo había hecho nunca. El palo de fuego le había concedido, calladamente esta vez, su anhelado sueño de ser mucho más veloz…