El otro día bajaba la calle Zaragoza hacia correos, cuando vi sus inconfundibles ricitos dorados. El idiota iba tirando flechas a diestro y siniestro con los ojos vendados. Eso me vino muy bien, porque no me vio venir y cuando le tuve al alcance; le arreé un guantazo, que se le habrán quitado las ganas de jugar con sus darditos durante una temporada.
Dirán que me excedí ¿Pero no creen que él lo hace más? Resulta que iba yo distraído una noche de copa con los amigotes, y al entrar en un pub; ¡Catapum! Que no va el tío y me hace enamorarme de una pelirroja de ojos verdes, filóloga inglesa, con un sol tatuado en la cintura que me volvía loco y como olía su piel y como se movía y que gestos tan bonitos y que guapa estaba cuando se despertaba con el pelo alborotado y los ojos medio cerrados. Un año entero besando por donde pisaba mi pelirroja , para que un sábado por la noche, mientras cenábamos pizza en su casa y veíamos una peli de dvd, me dijera que no estaba enamorada de mi y que lo mejor que podíamos hacer era dejar la relación. Será imbécil el niñato ese.
Pero no contento con eso, se le ocurre echarle una flechita a Mari Carmén, y todo porque una noche que iba medio tocado, le di tres besos. ¡La madre que trajo al querubín este! La tía más pesada de toda la ciudad, de estas personas que no conocen la palabra “basta”. Y Mari Carmen hablaba y hablaba, y cuando la huían, me llamaba, me llamaba y no la contestaba, y mensajitos, y mensajitos y mails y más mails y hasta cartas. Con decirles que acabo de recibir una postal suya ¡DE LA CIBELES!
Vamos que el angelote se merecía el tortazo. Además, va con esos ricitos y la cara sonrosada y mofletuda, rubito, regordete, dando saltitos de acá para allá y lo ves y te dan ganas de darle una paliza.
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