Muerte de un Cubo de Hielo
“En mis próximas reencarnaciones, me gustaría ser un cubo de hielo”, pensaba Fidel en voz alta, mientras acariciaba el vaso que contenía su bebida. "Pero no puede de ser un cubito común y corriente; debe ser un cubo muy especial". Cualquiera se preguntaría que de dónde sacó esa idea. ¿Quién para saberlo? Sin embargo, él piensa que una vida así, tan corta, si ha de acabar, tiene que ser del todo placentera. Seguramente es porque ya está hastiado de tanto calor, que le gustaría disfrutar de la frescura para siempre.
El hecho de morir desvanecido dentro de un vaso de ron, o whisky, no parece ser tan descabellado después de todo. Puede ser, incluso, mejor que morir tratando de conservar un pescado o un buen trozo de chuleta fresca. El terminar convertido en una granizada o sorbete cubierto de miel de sabores, no parece tan mala idea tampoco; y encima de eso, si lo hace refrescando la existencia de algún individuo, puede parecer hasta loable; aunque eso, realmente no tiene nada de extraordinario. No, no parece ser ese el tipo de vida, o muerte en todo caso, la que a él gustaría tener.
La razón debe ser, evidentemente, la sensación que le causó la bailarina del bar, cuando hizo su espectáculo de “strip tease”, hace tan sólo unos minutos. Se puede leer en sus ojos. Sí, eso debe de ser, sin duda. La escultural chica hizo su aparición en el estrado; colocó un pequeño banquillo con una gracia sensual, y al compás de la música, se fue quitando cada una de sus prendas hasta quedar completamente desnuda. La luz negra proyectada sobre su piel blanca, cortaba su silueta haciéndola más atractiva... y a la vez excitante. Poco después reapareció con una fuente de cristal cortado, y en su interior, algunos cubos de hielo. Los fue tomando con los dedos uno a uno, con peculiar delicadeza, y con ellos acarició su cuerpo. Los iba deslizando poco a poco hasta derretirse sobre su piel ardiente. Sin embargo, la chica había guardado un cubito de hielo para el acto final. Con él acarició su boca, que con lo frío se acentuaba el color rojo de sus labios. Lo deslizó poco a poco sobre su pecho, rodeando así la curvatura de los senos; después lo pasó por encima de sus pequeños pezones, mientras miraba a Fidel fijamente a los ojos, simulando darle un beso. Ella se acercó un poco más, y sin apartar la vista de él, fue abriendo con suavidad sus piernas, mientras el cubito de hielo resbalaba en pequeños círculos, desde los senos hasta el ombligo. Entonces, con extremo cuidado, lo volvió a acomodar entre sus dedos antes de que se fundiese, y lo deslizó todavía un poco más, hacia abajo. Fidel la miraba absorto, extasiado por la angelical criatura; visiblemente enajenado por el embriagante aroma de su perfume y un picaresco guiño de sus ojos. En un ademán rápido y misterioso, el cubito de hielo desapareció por entre las piernas de ella. Fidel nunca supo exactamente adonde. Lo que sí sabe con gran certeza es que, a él, le gustaría morir esa misma muerte, una y otra… y otra vez.
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