Esta noche cuando volvía a casa de Durango, al bajar del tren, el cielo lloraba desconsolado la ausencia de alegría y el exceso de nieve en la ciudad, unos adolescentes se emborrachaban en los bancos de la estación de trenes, las mujeres sonreían como ángeles que pasaban volando y se encontrasen con demonios, y una pareja de jóvenes buscaban la intimidad bajo el manto oscuro de un callejón desalmado.
Fueron ellos quienes me llamaron la atención, su tristeza oculta tras esos actos sexuales, el silencio que prosigue siempre al momento cumbre, el momento en que naufragamos en el cuerpo del amante…
Ya nunca volverán a hacer nada por vez primera. Han vivido todo en la vida. Las desgracias y las alegrías, las ex novias y las borracheras de verano. Las palabras cobardes al borde del tartamudeo para intentar desvirgar a la primera novia.
Esas primeras veces en las que los jadeos eran como voces venidas del paraíso y
nos llevaban a perdernos en los laberintos más lejanos del Universo, cuando todavía
no éramos conscientes de que algún día tendríamos que pagar préstamos a bancos multimillonarios durante sesenta años, cuando aún no era importante pensar en el mañana porque ni siquiera el presente aún había pasado por esa misma estación de trenes en la que mirábamos lascivamente las náufragas de la mañana…
Cuando lo más importante de nuestra existencia era recordar por las noches la primera vez que una adolescente se entregó plenamente a nosotros…