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Las paredes desprendían un olor a sudor encerrado y carne descompuesta. La luz de dos antorchas iluminaba pobremente el lugar, dejando la mayor parte en penumbras a merced del frío.
- ¿Acaso ya no amas a tu señora? -. Preguntaba la dama mirando a su sirvienta. - ¿Acaso quieres que muera de hambre, vieja y encorvada como tu abuela?
La joven sirvienta no respondía. Se encontraba atada de espaldas a una pared manchada y mohosa completamente desnuda, salvo por su propia sangre que le teñía la piel de rojo. Ya no tenía ganas de llorar. Ya no sentía las piernas ni las manos. Miraba sin mirar al fuego de una antorcha distante que parecía alumbrar las mañanas de otro tiempo.
- ¿Por que no me respondes amada mía? ¿Ya olvidaste tu juramento de amarme para siempre? -. Preguntó la dama después de lamer la sangre que goteaba del látigo.
A la dama le gustaba torturar a sus niñas de frente para disfrutar de sus rostros llenos de terror. Sus gestos se volvían tan hermosos al sentir como se les abría la piel con el beso del látigo. Era tanta la lujuria que recorría su mente en esos momentos en que veía contraerse de dolor sus cuerpos suaves, al mismo tiempo que suplicaban a gritos por misericordia.
¿Misericordia? ¿Acaso no era suficientemente poderosa para no perdonar? Ella era la dama, la prima del rey, la bella entre las bellas de la corte. ¿Por que habría de demostrar misericordia? ¿Por que no dejar que esa niña tan dulce le regalase su sangre? La misericordia no era más que una palabra hermosa que salía de unos labios perfectos. Esos labios que tantas veces había mordido.
- Tal vez es hora de bañarte -. Dijo la dama acariciando el rostro sin expresión de su sirvienta.
Llamó a dos esclavas para que la llevasen a su bañera. Esta debía llenarse con leche de cabra y toda la sangre que la niña había derramado. Esa noche la dama se bañaría con la sangre de su amante más hermosa para hacerse bella.
Entro al baño vestida con una ligera túnica de algodón. En su mano derecha llevaba una vela, y en la otra una daga de plata. La niña reposaba inerte en la bañera con la mirada perdida. Unos pétalos de rosa flotaban sobre la mezcla rojiza para perfumar su olor.
- Ves mi niña, hoy me baño con tu amor y me hago más bella.
La dama apago la vela y entró en la bañera. Poco a poco se fue cubriendo con el líquido hasta sentir como se purificaba su piel envejecida. Tomo a la sirvienta y la sentó en sus piernas. Acariciaba su cuerpo con el filo de la daga abriéndole nuevas heridas que iba lamiendo lentamente. Era tan exquisito el sabor de la sangre y la piel. Era como beber del jugo de las naranjas directamente de su pulpa.
Un ruido estruendoso se escucho en la entrada del cuarto de baño. La madera había sido quebrada y alguien se acercaba aparatosamente en la oscuridad.
- ¿Quien se atreve a interrumpir mi baño? -. Gritó la dama furiosa, cubriendo su cuerpo desnudo con el de su sirvienta flagelada.
Nadie respondió. La dama se puso de pie, empujando el cadáver de su sirvienta al otro lado de la bañera. Gritó por sus esclavas pero estas no respondían. Invocó entonces a sus demonios pero estos tampoco acudieron. De repente sintió que la tomaban fuertemente por los pechos. No podía moverse aunque quería clavar la daga en la pierna que se colaba entre las suyas; y entonces sintió un escalofrío resbalándose por su cuello mientras los sonidos del mundo se iban apagando.
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Texto agregado el 24-02-2006, y leído por 277
visitantes. (3 votos)
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Lectores Opinan |
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02-11-2006 |
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wow, creo que tus temas van por elmismo gènero, de terror mezclado con erotismo, en siglos pasados, Has escrito alguna novela con el tema? doctora |
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24-02-2006 |
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Buena historia =). Atrapala la atencion y que mejor que tomar una cucharada de su propia medicina (literalmente) je je. Mis saludos y *'s. lunatika |
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24-02-2006 |
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waa, que bueno el cuento, que mujer más mala, te felicito. con_una_taza_de_cafe |
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