Cuando veo el sol siento que mi piel se marchita. Por ello, me encuentro sentado en la habitación y casi a oscuras. Tal vez así pueda recobrar mis sentidos y encontrar de nuevo mi juicio, el que perdí aquél día en que prometiste no volver a vernos.
Por eso prefiero aullar mis penas a la luna, pensando que, tal vez, ella mandará un barco lleno de nubes y estrellas, donde podré cargar mis historias, cuentos, novelas, canciones y un par de hojas de mi diario, las mismas páginas donde descubrí las noches que dormí junto a tu nombre y besando tus labios, no importando que no se encontrara junto a nosotros ni tu alma ni tu cuerpo ni tu latido ni tu aliento.
Simplemente, porque es más fácil perderme en el recuerdo de tu aroma.
Sin embargo, ya no quiero esconder mis heridas ni apartarme de ese miedo a sufrir por tu partida. Pero si no lo grito siento que muero. Es como sentirme libre dentro de esta cárcel... esta prisión que fabriqué al momento en que creí perderte por un ligero instante, cuando arañaba mi alma y desgarraba mi corazón, con el dibujo de tu silueta.
Ahora descubro los escombros de mi cabeza. Escucho la voz y el sentimiento de un ángel que construyó, en mi jardín, con miles de movimientos al ritmo de una pieza de rock; una cruz de estrellas, fabricada con tus lágrimas y mis deseos de tenerte de nuevo.
Con ella, al ver su luz, ese miedo se desvaneció, esa idea de buscar nuevos caminos se fue. Ahora entiendo que si salto del edificio, no podré volar y quedaré atrapado en el valle de la penumbra.
Gracias a ese ángel, ya no queda vacío en mi pecho, sé que puedo seguir soñándote despierto, tan bella, tan segura y junto a mi. Porque no importa cuanto corras, en mi corazón vivirás eternamente
Sabes por qué, porque ese ángel simplemente... eres tú.
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