Las señales eran niebla

Él vive en pleno desierto. Le acompañan otros innumerables seres arenados que también se agolpan buscando un refugio.
Nadie quiere ser el último en llegar.
Sólo que nadie conoce el camino de ida.
Cuando lo encontraron estaba sediento, buscando tocar con la punta de los dedos un oasis prometido.
Un oasis que se presentó agitando sus verdes y frondosas hojas, anunciando una brisa de sosiego. El suave ritmo de sus hojas y el despertar del agua amanecida creaban desconocidos mensajes de abrigo.
Él creyó que los horizontes se podían tocar, que la sed era pasajera, la soledad casi un accidente. Sus sueños circulaban en torno al paraíso emergente.
Sin resistencia, casi despierto e insolado, él fue trasladado a un centro de tratamiento.
No se logró conocer las raíces de su mal. Fue la fiebre, «demasiado sol» dijo un especialista. «No, las señales eran niebla» aseveró otro.
Crisis de ausencia, sonambulismo.
Ilusión óptica.
El permanece con la vista fija en un cielo sin estrellas, no sabe cuándo volverá a cerrar los ojos.
El oasis, a su vez, llama a una nueva tormenta que cubra pronto los senderos desnudos.