Les recomiendo comprender literalmente cada palabra de la narración, puesto que hay algunas que pueden ser malinterpretadas. Ojo, no las pienso cambiar, tienen un valor especial para mí. Gracias.
Santo ladrón.
Ella francamente es una estúpida, y de las profesionales. No se anda con pequeñas. Apenas ve una oportunidad de quedar como una perfecta imbécil, no la deja escapar. Con decir que hasta compite con otras estúpidas por ser superior a ellas.
Aquel sábado hizo su última estupidez. Se metió voluntariamente en las patas de los caballos. Se involucró en ese jueguito que, supuestamente, no se tomaba para nada en serio. "Antes de hoy, jamás lo había mirado", dijo para sí aquella noche, intentando esconder su absurdo encandilamiento.
Ahí estaba él, tan insignificante, corriente, vulgar, cero estilo... Desde un principio supo que él querría acercarse a ella. Lo presintió, y a pesar de su aparente desprecio por él, le permitiría traspasar la barrera invisible de la posición social.
Hora más tarde, él le dice "¿bailemos?", a lo que ella accede, algo desconfiada. Sabe quién es él, lo que pesa su apellido y las huellas imborrables que las pugnas entre familias lograron estampar en la historia de Teniente Ponce. Claro que él no es Romeo, no tiene la nobleza ni decencia suficiente para la comparación, y ella está muy lejos de ser capaz de luchar ni por él ni por nadie.
El caso es que comienzan a bailar. Él le dice unas cuantas cosas bonitas, que si bien sabe de sobra que son mentiras, le sirven de estímulo para olvidar por unas horas su decadente autoestima. Lo peor no es que le creyó, lo peor es que lo hizo en pleno uso de sus cinco sentidos. Luego, la pregunta clave, a lo que ella, torpemente, responde “no”. Entonces ella intenta apurar los acontecimientos diciendo: “en una hora más me tengo que ir”. Muy astuto él, comprende el mensaje, y reacciona proponiendo lo ya supuesto por todos. Ella se hace la desentendida, inventa mil motivos para no hacerlo (pensándolo bien, los motivos eran bastante razonables), pero como ni ella misma estaba muy convencida, termina cediendo. A esas alturas todavía cree tener dominada la situación. Aún se siente incapacitada para volver a emprender. Se siente impenetrable.
Ahora ya se va. Todavía cree tener sus impulsos bajo control. En un acto de falsa caballerosidad, él va a dejarla hasta su casa. Todos saben, incluidos ambos, que todo lo dicho no son más que mentiras, pero siguen engañándose uno a otro, y lo que es peor, a ellos mismos. Se despiden como corresponde, y en aquel beso se desnuda la más atroz de sus verdades.
Cerrando la puerta tras sí, la pequeña se cree lo suficientemente astuta para recostarse y cerrar los ojos, pero no lo consigue. Así pasan las horas, y son sus propias palabras las que la condenan. Es su propia voz la que grita lo que no quería escuchar. Ahora la gran verdad, esa encubierta por meses de lenta cicatrización, sale a la luz. “Óyeme bien. No eres impenetrable. Sólo eres incapaz de penetrar”.
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