Ella, una simple mujer de secundaria, él, un estudiante universitario, un hombre sabio, ambos lo eran. Ninguno lo reconocía, pero sabían, que existía una atracción interna mútua, era un contínuo vai-ven de miradas, de sonrojos, de sonrisas, pero ninguno de los dos se animó a dar el paso, el paso inicial, el que definiriía un futuro, incierto por supuesto.
El hombre, cada domingo, pasaba frente la casa de la mujer, de sú mujer, ella, regaba el jardín, él solo pasabaa caminando, solo para mantener en su memoria, viva la imágen de la mujer que tánto le gustaba. Ambos se sabían LA vida del otro, pero jamás habían hablando.
El hombre siempre, con su ánimo decidido, se echaba atrás, y no podía, no podía decirle ni A.
Ella, como mujer que era, y característica que llevaba encima, contaba cada día a sus amigas por más mínimo que haya sido un contacto con él, siempre renacía una sonrisa.
Por fin llegó el dia en que el hjombre, fue a la casa de ella con todo su ánimo, su valor, su coraje, a hablarle, a declararle su amor. ella sonrojada dijo Pero pasá, no te vas a quedar ahí afuera. Él como buen caballero que era, dió las gracias y pasó, se conocieron, hablaron, se miraron, se besaron, se tocaron, se acostaron, era como si se conocieran desde hace años, era un conocimiento íntimo, nacido gracias a unas simples miradas al exterior, luego al interior.
Comenzaron a verse más seguido, a llamarse siempre, formalizaron, vivieron juntos.
Y ahora llega la parte triste. No mejor no, la parte mas o menos triste y más o menos feliz.
Se amaron tanto, pero tanto, que ambos complacieron sus deseos suicidas juntos llegó el momento en que decidieorn dejarse, abandonarse, ahogarse en el dolor y sufrimiento. Se mataron mutuamente, no como antes de amor y pasión, ahora de odio y rencor. |