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Aristeo Leónidas Canesco estaba en la plenitud de sus 40 años. Un hombre exitoso sentado en su despacho completamente forrado en madera lustrosa, cigarro en mano y una luz tenue que acentuaba el zigzaguear de una fina corriente de humo que surtía de algún lugar desconocido en las sombras. Sólo su mano delicada y elegante podía observarse colocada sutilmente sobre el airoso escritorio que ocupaba el centro de la pieza. Leónidas Canesco surgió de la oscuridad acercándose hacia ella. La observó lentamente por todos lados y esbozó una sonrisa de venerado orgullo y vanidad. Justo en el instante en que ésta se extinguía lo golpeó el horror: la fina porcelana del dorso de su mano se resbalaba sobre sus huesos como el óleo, tal como si un soplo de brisa arrugara la nata sobre la impecable superficie de la leche. Un sin número de ríos parecían ganar corriente allí mismo en su mano, que ahora se había transformado de un color hueso terso a un ocre sin el más mínimo brillo. ¡Se estaba comprimiendo! Un centenar de grietas se abrieron paso a la vez que la uñas iban adquiriendo un color luna, su mano era un trapo arrugado, cansado de ser lavado y salpicado de manchas como un perro pinto, como una obra maestra de Monet. Aristeo tenía el rostro inmóvil en una expresión fija de espanto y desasosiego. Pareciese como si alguien acabara de pisar un charco sobre su mano que ahora no era más que una hoja marchita, un fruto madurado a presión. Acabado el espectáculo la apartó del escritorio como si éste estuviese hecho de fuego. De su rostro también agrietado se encausó una sola lágrima, el tiempo lo había asaltado como los cobardes, sin el más mínimo honor, por la espalda.

Texto agregado el 26-11-2003, y leído por 224 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
13-08-2006 Me ha gustado bastante. Cuando lo he leido me ha traido la misma sensación que el retrato de Dorian Gray. Si breve y bueno...Ahi te van unas ***** avellano
08-06-2004 Una trizte realidad, nos vemos y apreciamos que a pasado el tiempo. a veces con nuestras ocupaciones creemos ser siempre los mismos, nos engañamos, el cuerpo no miente,ni elcansancio, ni la mirada. poco a poco nos consumen los minutos y se esfuman los segundos. Mis **** Sigue escribiendo. ojosdelcielo
 
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