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Paulo el Inquieto necesitaba crear alguna cosa nueva, un asunto que nunca nadie hubiese discurrido ni mucho menos puesto en práctica, algo que tuviera el tinte de lo inédito e inexplorado, un asunto que sorprendiera al mundo porque su natural le exigía siempre poner en movimiento su acuciante iniciativa, la que siempre parecía transitar en las puertas de la inanición de tan acostumbrada que estaba a saciarse de toneladas de ingenio. Y fue así que el hombre discurrió la idea de crear nada menos que un Banco de Pesadillas y para ello se puso en campaña para adquirirlas al por mayor o al detalle, de tal suerte que se puso de inmediato en acción, colocando avisos en todas las esquinas de la ciudad, indicando que las pagaría a razón de un peso por unidad, sin menoscabo de su argumento, colorido o extensión.

De este modo, largas hileras de personas caracolearon alrededor de su enorme casona para entregarle sus intrincadas pesadillas, borroneadas la mayoría en una hoja de cuaderno, otras, escritas con letra pulcra en delicadas esquelas de papel de arroz, pareciendo más bien misivas amorosas que los horripilantes engendros de la mente que en realidad eran. Algunas personas portaban verdaderos fajos de pesadillas, por las cuales recibían una porrada de monedas que invertían de inmediato en comprar los más tóxicos brebajes que se empinaban por las noches para estimular el arribo de nuevas pesadillas. El resto se dedicaba a ver películas de terror y los menos a leer a los maestros de este género, indudablemente que con el interés monetario de por medio ya que tales lecturas y exhibiciones les inspiraban horribles sueños que al despertar volcaban de inmediato en el papel. Se dio el caso inédito que hasta los insomnes comenzaron a soñar y vaya que fueron interesantes las pesadillas que surgieron de su magín en esas largas noches en vela.

Como dormir se transformó en una cosa rentable, la sociedad fue un enorme camastro en el cual todos roncaban a más no poder y los que ganaron con esto fueron los ladrones, quienes, aprovechando el obligado reposo de sus moradores, desvalijaron cuanta casa se les vino en gana. Eso no fue obstáculo para que los dormilones continuarán con su rutina dormilona y fueron muchos los que mientras se dedicaban a soñar, colocaban en sus puertas vistosos letreros que decían: Personal trabajando.

Al poco tiempo, el ingenioso Paulo contaba con un banco de pesadillas que habría sido envidiado por cualquier escritor para crear las más escabrosas obras. Como el hombre era inmensamente millonario, no sufría menoscabo alguno al pagar esa porrada de argumentos oníricos. Más bien, se felicitaba a si mismo de haberle proporcionado a la gente la posibilidad de ganarse una pequeña pero segura renta y ya tenía proyectado ofrecer su banco a millonarios tan excéntricos como él y que no teniendo en que gastar su cuantioso dinero, se apropiarían gustosos de dicha biblioteca.

Los problemas surgieron cuando el poderoso computador en el cual se procesaban los datos, comenzó a rechazar casi todas las pesadillas ingresadas, por considerar que se estaba incurriendo en un flagrante delito de plagio. La gente, enfurecida, exigió que se respetaran sus derechos, algunos quisieron formar de inmediato un sindicato que cautelara sus intereses, otros idearon inscribir todo lo que navegaba en sus seseras para evitar que se les birlara su propiedad intelectual. El asunto se agravó a tal punto que llegó a oídos de la Presidencia, la que creó de inmediato una comisión investigadora. Se llegó a la conclusión que el inquieto Paulo había infringido la Ley Antimonopolios, por lo que se le aplicó una millonaria multa y se le requisó su banco.

Pero como casi siempre sucede, no faltó el senador que propuso estatizarlo y ya se había enviado el proyecto de ley al Congreso cuando ocurrió un golpe de estado que derrocó al Gobierno, instaurándose una dictadura que arrasó con todo lo establecido.

Desde entonces, las pesadillas surgieron espontáneas y dolorosas en la cabeza de todos los ciudadanos y muchos años más tarde, cuando asumió una vez más un gobierno democrático, el banco pasó a manos de la sociedad de escritores, quienes prefirieron desecharlo por anticuado y porque consideraron que con sus propias pesadillas acumuladas y atesoradas durante la larga dictadura, bastaba y sobraba…








Texto agregado el 23-02-2006, y leído por 343 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
24-02-2006 Original e ingenioso relato, mis felicitaciones. Un saludo de SOL-O-LUNA
24-02-2006 Ay Dios...hasta el surrealismo más Bretoniano tropieza con la burocracia! Magnífico, Don Guido entrelineas
24-02-2006 Puff, conmigo se haría multimillonario y yo tambien, proque si mis pesadillas se las venciera a Paulo y él a su vez se las vendiera a uno más rico que él, sería un negocio redondo. Besitos y estrellas pesadillosas. Magda gmmagdalena
23-02-2006 Por más que busqué el antónimo de 'pesadilla' no di con él. Pero la idea de un banco de sueños (excluidas las pesadillas por morosas y fastidiosas) sería genial, y les aseguro que nunca quebraría pues ningún sueño que se digne de tal, podría quedar obsoleto. ¡Necesitamos un banco de sueños! Paulo, ¿por qué no creas uno para todos nosotros? Me gustó el relato. Todas mis estrellas para el autor... y para Paulo, no por lo que creó sino por lo que va a crear. anua
23-02-2006 Las pesadillas son chidas, tu texto es chistoso. LEONvsTIGRE
23-02-2006 podríamos decir "nadie sabe para quien trabaja", pobre Paulo arduo trabajo tuvo, arduo trabajo hizo´y nada a cambio. Las pesadillas acumuladas y brotando unas tras otras es una imagen que no la quisiera volver a ver. Terrible por Paulo y por los sucesos anemona
 
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