Biiip...biiip...
El timbre del teléfono interrumpió a Daniela cuando se disponía a llevar la cena hacia el comedor. Tomó el auricular y preguntó.
--¡Sí! ¿diga?
Sentados a la mesa, Alexis, Dinora y Héctor Manuel esperaban sus alimentos. Los dos primeros estaban enfrascados en reclamar para sí la más grande pieza de pan; y es que sólo tenían ocho y seis años de edad, respectivamente, su padre, en tanto, leía el periódico sin ocuparse de la discusión.
Entró Daniela, con la destreza que adquieren las buenas amas de casa, sostenía una charola en cada brazo; comenzó a repartir los platillos...
--¿Qué hay para cenar? --preguntó Dinora con su vocecilla infantil.
--Lo que haya; todo lo vas a terminar... y eso va para ti también Alexis, no quiero que hagas más gestos ante los alimentos.
--Es que no me gusta el pollo con verduras... --replicó el pequeño.
--¡Nadie está preguntando si les gusta o no... simplemente lo van a comer, y basta! --respondió Daniela; usó un tono amenazante, poco usual en ella.
Al tocar el turno a Héctor Manuel, prácticamente lanzó el platillo, más que depositarlo sobre la mesa. Apercibido de la hostilidad, él dejó el periódico a un lado. Un tanto extrañado, pero más disgustado, preguntó:
--¿Ocurre algo... está todo bien?
--¡Claro que todo debe estar bien! ¿por qué no habría de estarlo?
--Es... tu comportamiento...
--¡Mi comportamiento! ¿qué tiene mi comportamiento? Mira que ponerlo ahora a discusión; es que, según ustedes, no puede ser otro que el de una sirvienta, el de una empleada doméstica que los trata siempre con toda la cortesía, con toda prontitud, que todo lo debe tener reluciente de limpio... y todo sin pronunciar más palabras que: sí señor!
--¡Basta --Héctor Manuel comenzó a perder la calma --es suficiente, estás de pésimo humor esta noche, y lo menos que puedo hacer es preguntar qué ocurre! ¿eso te parece malo?
Mientras se acomodaba en su silla, Daniela miró a los ojos a su marido; trató de que los pequeños no se percataran de lo que se disponía a pronunciar; murmuró:
--¿Quiéres saberlo? pues bien, escúchalo: volvió a llamar esa mujer.
Al escuchar, Héctor Manuel experimentó un frío que recorrió su cuerpo; se evadió, cierto nerviosismo lo obligó a callar.
El resto de la cena transcurrió así, sin intercambio de palabras, si acaso algún llamado de atención a los niños, quienes pasaban por la etapa del siempre querer justo lo que había pedido su hermano.
Luego de recoger la mesa, tarea que tradicionalmente realizaban todos los integrantes de la familia, aunque esta vez se hizo con el mismo ambiente tenso que caracterizó a la cena, Héctor Manuel se dirigió hacia la habitación conyugal; se recostó sobre la cama y miraba el televisor encendido, más que ver la televisión, porque su mente estaba en otra parte. Daniela se ocupaba en conseguir que los niños se lavaran la boca para meterse en la cama...
Biiip... biiip...
Volvió a sonar el teléfono. Por estar próximo a la extensión, y seguro de que su mujer no habría escuchado el llamado en la habitación de los pequeños, Héctor Manuel se apresuró a tomar el auricular.
--¿Sí?
--¡Vaya! por fín te puedo localizar... Te he llamado todo el día... a todas partes, y tú, como si te hubiera tragado la tierra... ¿se puede saber en dónde has estado?
--Sandra, por favor, no me vuelvas a llamar aquí.
--Espera un poco... espera, hay algo que no entiendo, te digo que te he estado buscando todo el día, en la oficina, en tu casa, en todas partes... ¿y lo único que se te ocurre responder es que no te llame allá? ¿Es que no te interesa lo que me está pasando?
En creciente nerviosismo, por temor a que entrara su esposa, Héctor Manuel atisbaba hacia la puerta mientras buscaba las palabras adecuadas para terminar cuanto antes ese diálogo.
--Tú sabes que sí me interesas, pero en nada ayuda que hagas estos escándalos, que provoques un enfrentamiento innecesario...
--Mira... mira... a mí no me preocupa si esa mujer se molesta porque te busco en tu casa, que si tuviera dignidad ya la hubiera desocupado dándote el divorcio, así que, o vienes en este momento o tendré que ir en tu busca...
--Eso es imposible, y no se te ocurra venir... ¿no entiendes que sólo empeoraría las cosas?; mira, mañana, muy temprano, antes de pasar a la oficina voy a tu apartamento; por el momento no puedo hacer más, así que cuelgas la bocina o lo haré yo...
--Te arrepentirías si me cualgas... te lo juro...
Por respuesta, Héctor Manuel interrumpió la comunicación y enseguida bajó a la estancia, en donde se encontraba el registro central de la línea telefónica; con discreción desconectó el cable de entrada. Sabía que Daniela no necesitaría el teléfono a esas horas, así que, lo mejor sería permanecer incomunicados esa noche.
Cerca de la media noche, cuando Daniela dormía y Héctor Manuel, sin poder conciliar el sueño tras la discusión con su amante, miraba la televisión, de la calle llegó insistente sonido producido por la bocina de un auto, auto que reconoció enseguida, era, sin duda, Sandra, quien trataría de cumplir su amenaza.
Taaaa-taaaaa...taaaaa-taaaaa-taaaa
Accionaba la bocina sin cesar, estaba decidida a despertar al vecindario completo si su reclamo no era atendido enseguida.
Héctor Manuel miró a Daniela, parecía dormida... no había hecho el menor movimiento a pesar del escándalo que seguía produciéndose frente a su vivienda. Sabedor de que no tenía opción, se levantó, se puso una bata y pantuflas; salió a enfrentar a Sandra, quien al ver que se acercaba, cambió el ruido de la bocina por el de sus gritos.
--¡Te lo dije! ¡Yo te lo advertí... te dije que te arrepentirías!
--¡Ya basta... es suficiente! ¿qué te has propuesto? déjame subir al auto y vámonos de aquí, me dirás de qué se trata, qué es lo que te ha enloquecido de esa manera...
--¿Y por qué nos tenemos que ir a otro lado? tú no querías salir de tu casa ¿no es cierto? entonces, ¿por qué no me invitas a pasar para que hablemos allí?
--Definitivamente, te has vuelto loca...
--No, no me he vuelto loca, aunque debería estarlo gracias a ti; simplemente vengo a exigir mayor atención que desde este día estás obligado a darme porque....
La llegada de Daniela interrumpió a Sandra, quien clavó la vista en la esposa de su amante.
--¿Se puede saber de qué se trata todo esto? --preguntó Daniela exigiendo una respuesta.
--¡Daniela, vuelve a casa! --reclamó Héctor Manuel, pero su mujer se encaró.
--¿Me quieres decir hasta dónde están dispuestos a llegar? que se vean a escondidas en algún hotelucho, allá ustedes, pero ¿qué hace aquí, en mi casa, esta... señora?
Sandra, sintiéndose ofendida, se adelantó a responder mientras descendía del auto.
--Si me dice señora en ese tono, será con intención de ofender, déjeme decirle que sí; sí soy señora, y me enorgullece serlo, porque espero un hijo de su marido...
La noticia creó un frío glacial en el ambiente; Sandra aprovechó la confusión creada para conservar el control de la situación:
--Y dé por descontado que voy a permitir que mi hijo llegue al mundo sin un padre con todas las de la ley, así que, ya irá pensando cómo le va haciendo...
Ante la afrenta descarada e insolente, Daniela miró a su marido, suponía, esperaba, deseaba su defensa, pero él volvió a fallar.
--Dany, ve a casa, deja que yo me haga cargo.
--¡No! tú y yo nos vamos a casa, deja aquí a esta loca insolente, ¿no ves que está ebria? que la policía se haga cargo de ella si continúa escandalizando.
--¡No Daniela! tengo que hablar con Sandra, es mi deber...
Un baño de agua helada cayó sobre Daniela.
--Pero... bien, si tú así lo quieres... una cosa sí te digo, cuando cierre aquella puerta no la volveré a abrir; si ahora te vas con ella no intentes regresar nunca, ni por mí ni por los niños...
--Ve a casa...
Daniela caminó hacia su hogar, o lo que aún quedaba del mismo, sentía que las fuerzas le fallaban, su espíritu se desmoronaba a cada paso que daba, y cuando entró a la casa, con lágrimas de coraje empañando sus ojos, una mirada hacia atrás le dijo que Héctor Manuel no regresaría. Cerró la puerta. Sandra sonreía, abrazaba y besaba a su amante.
--Vamos cariño, sube al auto, ahora sí, larguémonos de aquí...
Sandra conducía el auto, sintonizaba una estación de radio, trataba de ignorar el silencio de Héctor Manuel, silencio que rompió cuando habían recorrido una gran distancia.
--Detén el auto...
--¿Cómo?
--Debo bajar, debes seguir sin mí...
--Pero de qué se trata, no pretenderás volver con esa mujer... además, recuerda que te amenazó, dijo que no te abriría la puerta... Por favor amor mío, ya olvídala, ahora sólo debes pensar en mí y en el hijo que vamos a tener...
--Detén el auto Sandra...
--¡No Héctor, no me hagas esto! No pretendas humillarme... si ahora regresas con esa te juro que me mato... y de paso, recuerda que me llevo por delante a tu hijo...
--¡Calla! ¡basta ya! nunca he pensado en regresar con ella ¿es que no me has podido conocer? nunca podría volver a casa, tengo dignidad; pero tampoco me quedo contigo; se acabó, todo terminó... llevo ocho meses, ocho malditos meses soportando que me disputen como si yo fuera un objeto... ¡basta ya! ni con ella ni contigo. ¡Detén el auto!
--No... mi amor, no pienses así... ahora te sientes confundido, pero ya verás que después que descanses, después de darte un baño, después que te dé un masaje y después que hayas desayunado las cosas ricas que te voy a preparar te sentirás mucho mejor, entonces verás todo más claro...
--¡No! he tomado una determinación y no la voy a cambiar, así que detén el auto o salto sobre la marcha...
--Además, mírate como estás... en bata, con pantuflas, seguro que no traes ni una moneda... ¿qué harías si te dejo aquí?
--¡Que detengas el maldito auto! --gritó Héctor Manuel mientras abría la portezuela decidido a saltar.
Sandra detuvo la marcha cuando comprendió que su acompañante saltaría hacia el pavimento, enseguida descendió para rodear el vehículo y encarar a Héctor Manuel.
--¡Muy bien! ¡Lárgate maldito desgraciado... malnacido! pero cuando comprendas tu error ya será demasiado tarde... fuera de mi vida, fuera de mi maldita vida; maldita vida porque tú llegaste y la echaste a perder...
Mientras gritaba, Sandra golpeaba con ambos puños en el pecho de aquel hombre, quien no sentía ni las palabras virulentas ni las embestidas; con el rostro desencajado emprendió una caminata sin rumbo, sin ilusiones, sin futuro...
Aquella amante humillada iba quedando atrás cargada de rencor, entre maldiciones y súplicas que lanzaba alternadamente, sentía que sus entrañas reventarían en cualquier momento... y el recuerdo del hijo engendrado más la atormentaba...
Héctor Manuel caminó un par de horas... el cansancio hacía mella en su organismo; el frío de la madrugada era intenso, desconocía el rumbo por el que deambulaba. Muchos pensamientos habían pasado por su mente sin que pudiera fijar alguno... su esposa, sus hijos, el hogar... Sandra; su infancia, la casa paterna, el primer amor... Sandra.
Cabizbajo, iba contando sus pasos para distraer la mente cuando percibió que un vehículo se emparejaba a su derecha; escuchó su nombre, era ella, era Sandra, volvía, pero su actitud era diferente... descendió del auto, y por primera vez desde que había iniciado su relación, le escuchó pronunciar una disculpa. Luego siguió hablando en tono conciliador:
--Aún cuando no lo creas sé reconocer cuando he perdido; vamos, permite que te ayude, no te puedo dejar aquí, en estas condiciones. Me porté mal, lo sé... y estoy sufriendo las consecuencias, debo pagar, pero tú no tienes por qué padecer más por mi causa. Si no quieres volver con ella deja que te lleve a un hotel, acepta este dinero para que enfrentes el momento ¿prefieres que te lleve a tu casa? de acuerdo, sólo dímelo, deja que te ayude, después... será tu decisión, yo la acepto cualquiera que sea... Perdóname, mira cómo estás por mi culpa... vamos, ven, entra al auto para que te lleve a donde tú me digas...
Sin saber por qué, Héctor Manuel se dejó conducir hasta el vehículo; Sandra inició la marcha; recorrían calles desconocidas, dobló en una esquina y observó que tomaba una vía rápida.
--¿A dónde nos dirigimos? --fueron sus primeras palabras tras el reencuentro.
Pero no hubo respuesta, sólo un rugir del motor y la sensación de una fuerza presionándolo contra el asiento.
--Sandra, disminuye la velocidad, ¿qué es lo que pretendes?
Tampoco hubo respuesta, pero al mirar los ojos de aquella mujer, un brillo muy extraño le causó estremecimientos... no era el semblante de la amante con quien había vivido tantas horas... había en ella una decisión extraña.
El motor rugía cada vez más, árboles y postes del alumbrado público pasaban casi imperceptibles... un vistazo al velocímetro y descubrió que corrían a 150 kilómetros por hora...
--¡Sandra... suelta el acelerador, qué es lo que te propones!
Ella mantenía la vista al frente y el pensamiento más allá del horizonte; 160... las sombras corrían como desaforadas.
--¡Maldita sea...detén el auto!
170...
La vía estaba despejada a esas horas, era toda para ellos. 180...
--¡Despierta... reacciona! ¿qué te sucede? ¡para el auto en este momento!
190...
Cuando el velocímetro marcó 200, Héctor Manuel trató de despegar el pie que oprimía a fondo el acelerador, pero a punto estuvo de provocar una pérdida de control de la guía, así que desistió. Por fin, Sandra pronunció palabra...
--Te dije que me mataría, pero ahora tenemos algo en común, así que no te podía dejar aquí; ahora nos vamos juntos...
210...
--¡No sigas!
Un estruendo ensordecedor... y sus cuerpos, como guiñapos, lanzados hacia el frente para rebotar unas mil veces en forma brutal... cuando terminó, no había dolor, no había sensación alguna, sólo escuchaba, a lo lejos... muy, pero muy lejos, voces extrañas, cargadas de eco.
--Aquí hay uno con vida...
--Ayuden, hay que sacarlo de aquí...
--Necesitaremos una sierra, está atrapado...
--¡Qué pasa con esa ambulancia!
Cuando volvió a percibir luz reconoció la habitación de un hospital; a juzgar por tantos aparatos, conectores y una maraña de sondas en su cuerpo, estaría en el área de terapia intensiva. Con mucho dolor giró su cabeza hacia la derecha, vio a Daniela sentada en un sillón, justo a su lado; reflejaba intenso cansancio, habían pasado tres días desde el percance.
--¡Aquí estás! --dijo él con dificultad.
--Sí, aquí estoy, contigo... aquí estaré siempre.
--Pero...
--Calla, no debes esforzarte, todo estará bien.
--No te vayas...
--Nada me va a separar de ti.
--Perdón...
Cerró los ojos y nunca más volvió a despertar.
Cancún, México.
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