Después de cobrar un cheque, de dudosa procedencia, Alejandro dejó el banco confiado de que todo había salido perfecto.
Al doblar la esquina, se encontró ante una multitud, la cual hacía lo que toda masa logra hacer, unificarse, crear su propio ruido.
Al decidir caminar entre dicha multitud, Alejandro creyó estar más seguro. Una decisión sencilla, mucho más sencilla que la de cobrar un dinero de cual no se sabe mucho, y no porque no se pueda saber, si no porque en verdad del dinero no sabe mucho, ni ahora ni antes, lo único que se sabe es que siempre hay que dudar de sus orígenes.
No había caminado aún cien pasos, lo cual indica en muchas ocasiones que no había caminado aún lo suficiente para llegar a cualquier parte, cuando fue rodeado por tres niños.
Al acercarse, cada uno le pidió una moneda, y Alejandro los ignoró. Al llegar a los cien pasos, Alejandro ya no tenía el dinero ni su cartera, aunque él no lo sabía aún y no se daría cuenta hasta aquél momento dónde ya no forma parte de la historia.
El segundo niño, ahora con una cartera repleta de dinero, caminaba feliz. Nadie sabía que este niño era portador de un cheque de dudosa procedencia recién cobrado, pero antes de llegar a la otra cuadra, el tercer niño y sin que el segundo se diera cuenta, sacó de su bolso del pantalón un fajo de billetes. Si bien no era todo, correspondía a un porcentaje del cheque; por supuesto, el niño nunca se dio cuenta de su perdida, ya que aún no tenía conciencia de lo que una perdida de dinero es, y menos cuando este es robado.
El primer niño, con una habilidad de observación formidable, decidió formar parte de la secuencia, y repitió la operación sobre el bolso del tercer niño.
Dentro de la masa y en esos escasos cien metros dónde el mercado ambulante ocupaba e intervenía la ciudad, este tipo de operación se realizaba cientos de veces, el dinero iba y venía sin que la gente se diera cuenta, aunque dos personas observaban todo a lo lejos.
El primero decidió bautizar el suceso como robo.
Y aunque esta claro que cualquiera hubiera dicho que se trataba de un asalto al dueño del dinero, aunque en cada situación este fuera el otro, y sea contundente que los viejos refranes favorecen esta hipótesis, el segundo sujeto continuaba observando.
Después de una reflexión, decidió partir a casa.
Por fin había encontrado la ley científico matemático de la equidividisión, demostrando que algunas hipótesis, son más útiles que otras.
Mientras tanto, Alejandro ya se había dado cuenta de su perdida, atribuyéndola a un suceso humano, olvidándose que a veces, y sólo a veces, las leyes matemáticas suelen repartir la suerte, cómo cuando uno da cien pasos y se encuentra un billete tirado, el cual bien puede ser de dudosa procedencia.
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