A Néstor Perlongher

En el estío que se funde y pierde solsticios a manos llenas,
en la confesión de un asesino de penas,
en la penumbra crómatica de un árbol despierto,
en las curiosas objeciones de Dios a sus dioses,
hay prendedores.

En la consecuencia sonora de tu lengua,
en la correcta resurrección de las piedras en la noche,
en los recovecos que la sangre pierde cuando ausencia,
en las corolas aledañas a los lilas,
entre cienagas,
hay prendedores.

En una posición intransigente entre temblor y pasión,
en las calidas huellas de la murga alrededor del feretro,
entre los pillos y las plicas,
entre silabas de arena que mascan muescas debajo de las olas,
hay prendedores.

En tus ubres,
en tus lineas intermitentes de la vida en los rincones,
en tu boca que revienta de mechones de frambuesas y aliscafos,
en tu sangre,
hay prendedores.

Y no escapo de los goznes adormilados ni de los murcielagos exhaustos a puñales,
solo es el trueno ensortijado, el penoso hilo de himen que hierve de entre las hojas cluecas
de tus hermosos hados,
como penetrar tu andarivel, de que forma aflautar el cielo y manejar a ambos lados del infierno
los pies, lo que suelo llevar debajo de los pies,
lo que produce cada huella en el polvo estancado,
y me estimo lo prudente para descansar
y pensarte en un momento
estatica
en donde prendedores.

En las muecas tristes de un chino herrumbrado,
en la comarca que se dejó ensalivar por la borrasca,
en los medanos que se forman alrededor de tu sonrisa,
hay prendedores.