Querida María:
Cuando desperté del sopor ya había llegado a la parada. Me precipité contra el timbre y el bus se detuvo. Despertando aún, bajé las escaleras y miré la ciudad. Enormes y antiguos edificios me rodeaban, llenaban mi imaginación de hermosas expectativas sobre mi visita. Llevaba casi nueve años de viaje y pronto partiría de nuevo. El trabajo estaba bueno en el extranjero, pero tenía que venir a verte. La ciudad había cambiado demasiado desde nuestro primer encuentro. La niñez vívida en mis ojos me recordaba la hermosa plaza donde solíamos jugar. Miré con inquietud el paquete que llevaba en las manos ¿Te gustaría el regalo? ¿Perdonarías mi partida?
Sin perder más tiempo saqué el papel de mi bolsillo que indicaba tu nueva dirección. Me encaminé hacia allá. Seguías en el mismo barrio, pero tu nueva casa era mucho más hermosa. Noté que era una nueva construcción. Aún tengo suficiente memoria para recordar como era mi barrio, nuestro barrio. Toqué el timbre de tu casa y fui recibido por una linda jovencita quien me reconoció instantáneamente. Tu hermanita ya era toda una mujer. Pregunté por ti y ella salió corriendo a buscarte. Noté cierto disgusto en su mirada, a lo que atribuyo celos.
Apareciste lentamente en la fachada. Los años se notaban en tu rostro pero tus ojos claros seguían iguales, perdidos como siempre. Me miraste y sonreíste. Ese momento fue eterno. No podía creer lo hermosa que eras. Sentí ese cosquilleo de nuestra juventud, cuando pololeamos a escondidas de tus padres. Quise darte un beso, pero no pude. Lo nuestro había acabado hace años. Me invitaste a pasar. Me negué. Te entregué el paquete y me despedí. Te dije que me quedaría unos meses y que la siguiente mañana, saldría contigo, pero ahora debía atender unos asuntos. Me miraste perdida nuevamente y solo dijiste – Te espero –. Al darme vuelta mientras caminaba por la avenida, observé que seguías parada ahí mismo, tu mirada seguía perdida. Agaché la cabeza y caminé.
Como debes haberte dado cuenta, no pude quedarme. He tomado el tren al norte y no creo volver a verte. Aún te amo, siempre te amé. No debí dejar que escaparas de mi vida. Pero ya está hecho. Hoy fue un día hermoso y terrible. Te recordé, te reencontré. Pero sólo te pude dejar esta carta.
Fui cobarde hace 9 años cuando te dejé, y aunque quería quedarme, no encontré motivo para dejar de serlo. Adiós.
Sebastián.
© David Sebastián
Esta es mi pesadilla. Un futuro sin ti.
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