Siempre vuelvo a lo mismo, tratar de escribir sin rumbo fijo, intentando organizarme. Y vuelvo atrás. A la nada, al inicio.
Quizás es la mejor forma de empezar para mi, como todo, comienzo sin un final certero. No tengo ni idea porque me traje esta máquina, de hecho no tengo ni idea que es lo que realmente quiero escribir.
Sin tanto preámbulo y justificación del caso lo importante es que estoy aquí, frente a este teclado, con esta música que me envuelve y las ideas comienzan a llegar.
¿Hablar del amor? ¿Y de que más?. También puedo hablar de los mangos colorados que tengo cerca que huelen delicioso y me desconcentran, o del horrendo azucarero de acrílico con unas moras artificiales que vuelan entre el plástico. Pero nada de eso es verdad, nada de eso es real. Aunque todo eso existe y es palpable a mi alrededor. La única verdad que me marcha por las venas es la espera de la llamada, la espera del beso anhelado, la espera de los ojos chinos. De estas cuantas líneas sacaré un par de palabras acertadas, una frase coherente, pero no tengo más nada que hacer, así es mi mente..voladora.
Decido comerme un mango, así las letras me salen amarillas y sabrosas, sensuales y llenas de hilachas que se quedan entre los dientes como las esperanzas. Me doy cuenta que me como el mango de la misma manera como lo beso a él. Me estremezco.
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