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Inicio / Cuenteros Locales / alfeiran22 / Encuentros confusos (final)

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Tenía ya cuarenta y dos años, de los cuales veinticuatro los llevaba en la compañía. Diez años atrás, con lo que ganaba, mantenía a su familia con estrechez, lo mínimo necesario, ningún gasto extra. Las vacaciones las pasaban en el club, donde tenían el río para refrescarse del calor veraniego. A los niños, con esfuerzo, pudo comprarles las bicicletas cuando entraron en la adolescencia. Raquel ayudaba en la economía familiar tejiendo prendas para un local de su barrio. En la empresa, su viejo patrón se había retirado, los sobrinos de este tomaron el manejo de la misma. Cierta esperanza de escalar hacia algún puesto de mayor responsabilidad se esfumó. Su trabajo de control de inventario era rutinario. Pasaba inadvertido para sus jefes. De vez en cuando comentaba con su esposa la posibilidad de poner un negocio; Raquel se oponía, su experiencia familiar siendo soltera había sido pésima. No había perspectivas.

El día que fue a cobrar su sueldo mensual, el Jefe de Personal le advirtió que el día siguiente recibiría el telegrama de despido. A los treinta días debía abandonar su trabajo. Ni una palabra de los dueños, ni un gesto.


Cuando llegó a su casa, a la hora de la cena, transmitió la noticia. Su mujer atinó a llorar en silencio, los adolescentes se miraron entre sí, sus rostros estaban acalorados, se abrazaron con sus padres, el más pequeño alguna lágrima derramó. A pesar de la angustia que le embargaba, puso una sonrisa en esa mesa, irrumpió con una charla firme, les aseguró que hacía tiempo que preveía este desenlace. Además les comentó que el sábado próximo, visitaría a un secretario del gremio metalúrgico amigo de la infancia, al que había encontrado un mes atrás. En esa oportunidad le ofreció“un lugarcito en el gremio”.

Del dinero cobrado en la Empresa, su sueldo y la indemnización por despido, la mitad se la dio a Raquel. Con ese monto en su hogar podían vivir sin dificultad cuatro meses. Con el resto, no fue a ver al gremialista, porque no existía. Fue la primera vez que le mintió a la familia. Se fue a visitar a un chatarrero que había conocido trabajando en la empresa.



Marcos meditaba en el piso 44 de sus oficinas, con la vista de toda la ciudad y el amplio río que se confundía con el océano, sus últimos veinte años de vida. Con aquél escaso dinero había puesto una compra-venta de metales. En menos de un año compraba a los organismos gubernamentales el material de descarte, todo era con licitación, siempre ofrecía el mejor precio. Tuvo dificultades con sus competidores al monopolizar el negocio. Nunca dio su domicilio real, había -a tal efecto- alquilado una casucha en un barrio muy humilde de las afueras de la ciudad donde figuraba su domicilio. La casa se la cuidaba una anciana. En diez años había amasado una fortuna. Se retiró de ese negocio. Descartó la compra de un prestigioso Banco que estaba con dificultades. Sus hijos terminaron sus estudios en una Universidad Española. Se quedaron a trabajar en ese país. Su esposa los visitaba todos los meses. El iba dos veces al año. Su gran capital descansaba en un Banco de Ginebra.

Era el mediodía, bajó por el ascensor, no obstante la tormenta que se avecinaba se fue a su almuerzo rutinario al club exclusivo de los magnates, llamado “Los Solitarios”, rara vez conversaba con los socios, le tenían respeto y temor. El los despreciaba, también tenía un bajo concepto sobre su vida. Con coraje e hipocresía, desde el punto de vista económico se sentía muy hábil pero por los medios para lograr tanta fortuna tenía un sinsabor, frustración, cargos de conciencia irreversibles.


Terminado su almuerzo, se puso a caminar por la única peatonal limpia y segura de la ciudad. El resto era imposible de transitar, siempre había dos o tres muertos por asaltos a los comercios, la policía cansada de tanto operar, había descendido a escaños ultrajantes. En la ciudad se compraba o se vendía en negro la mayoría de los productos. Los gobiernos cambiaban constantemente. El cinco por ciento de la población del país vivía acomodadamente. El resto entre la pobreza y miseria más absoluta.

Al llegar a la esquina más paqueta, frente al Palacio de la Marina, copia de un Palacio morisco construido hacía cincuenta años, creyó ver al anciano.

En efecto, era él. Uno frente al otro. Marcos con su caminar lento, convaleciendo de un aneurisma de aorta que había tenido hacía un mes. El anciano sonrió como siempre, con su boina azul, impecable, lo tomó del brazo enérgicamente como para que no se le fuera. Se dejó llevar, estaba perplejo, le dijo suavemente, Marcos, Marcos, al tiempo que un aguacero fortísimo se largo de improviso. El anciano soltó a Marcos, dio unos saltos y, junto con otros muchos transeúntes, se refugiaron en la galería que estaba frente a ellos. Marcos buscó al hombre. Ingresó hasta el fondo, no lo encontró. Pensó que tendría alguna oficina en ese edificio. Habló con el Encargado, nada que ver, las oficinas de ese edificio pertenecían a una sola empresa y el hombre más adulto, no superaba los sesenta y cinco años.

Marcos fue a su oficina y le pidió a su secretaria que hiciera un llamado a Ginebra.

Cuando salió por última vez de la Clínica Psiquiátrica donde se trató más de un mes no estaba conforme con la explicación que los especialistas le dieron sobre los encuentros con el anciano. Pusieron en duda que estos hubieran existido, el subconsciente era el protagonista en la vida azarosa de Marcos. Subrayaron la psicosis producida en su infancia cuando escuchó a cientos de kilómetros la voz de su padre, varias veces repetida a la misma hora en que su progenitor fallecía.

El diagnóstico determinaba que aquella experiencia de su niñez, que había mantenido oculta de por vida, le produjo la sensación de abandono y temor que en los momentos cruciales había necesitado. Por lo tanto el anciano era una ficción que ingresaba en el subconsciente. Lo que también subrayaba el informe, luego de los últimos avances y ensayos empíricos era que la existencia del alma después de la vida era un tema de constantes investigaciones en los primeros centros del mundo. No se había podido demostrar que el alma no exista después de la muerte como tampoco que exista. Por último, casos como el de Marcos se daban con frecuencia en personajes que hubiesen sido afectados por un acontecimiento grave o trágico. Los casos en estudio desechaban los sueños, las apariciones esotéricas o los casos de los que vuelven de la muerte.


Marcos, estaba convencido de que el anciano estuvo con él en todas esas apariciones, le trasmitieron una fuente de energía, le suplantó el miedo por el coraje y a partir de la última reunión la seguridad en su acción fue sorprenderte.

Como le viene pasando con algunas enfermedades que debe atenderse los médicos no tienen el oráculo que suelen vender a precios disparatados como le ha pasado en esa famosa clínica de Ginebra. Con atención médica o sin ella Marcos no vio más al anciano. Tampoco ya le hacia falta. .



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Texto agregado el 21-02-2006, y leído por 170 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-02-2006 ¡Vaya! ¡Qué interesante eso de la permanencia del anciano en Marcos!! Y después de todo fue un triunfador, eso me ha parecido. Te felicito, ya sido muy bueno leerte. 5***** sorgalim
21-02-2006 Buen uso de la prosa. Opino que has dado demasiadas vueltas para llegar al grano. A veces lo más simple es lo más efectivo. Quizás evitas el efectismo para atraer al lector y eso se respeta. Saludos cordiales. jovauri
 
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