Conforme a los requerimientos maternos entró a trabajar en una metalúrgica. Cadete administrativo; a los pocos meses su jefe le dio la oportunidad de que se ocupara de las importaciones. Dependía directamente de su patrón, un profesional de la ingeniería, con formación universitaria y europea, aunque rígido, le había tomado un cariño que él no percibía. Fue su gran formador. Un extranjero con mucha cultura, sentido del orden, austero hasta la exageración. En un país en ciernes, donde el fútbol colmaba a las clases bajas y los medios de comunicación, salvo excepciones, se ocupaban de ese deporte y las noticias de crímenes truculento, el cine en pleno auge con esas películas del far west, donde la política era manejada por una combinación de diversos poderes tratando entre ellos de mantener contenida a una población ignorante y hambrienta, sin mayores conocimientos del resto del mundo, Marcos tuvo la suerte de contar con ese hombre y el círculo que lo rodeaba lo que le permitió descubrir un mundo diferente. No fue ni su hogar, ni la escuela, como tampoco la Universidad donde cursó como técnico-administrativo, los que formaron y completaron al joven. Fue ese hombre extranjero.
El anciano estuvo presente en el casamiento de Marcos. Presenció la ceremonia sin ser visto. Escuchaba el palpitar de los novios, su gran enamoramiento. El sí de ambos. La pequeña concurrencia en la reunión realizada en una modesta taberna del barrio de donde era Raquel. Su luna de miel, al lado del mar, una pequeña casita de sus suegros. No más de una semana. Llegaron los hijos, después de cinco años de casados, tres niños muy inquietos jugaban en el fondo de una casa construida en los fondos de la vieja casona de los padres de Raquel.
Los años pasaron, todo parecía equilibrado, sin mayores sobresaltos. Una tarde al salir de su trabajo se cruzó con el anciano. No podía creerlo, habían pasado más de treinta años. Marcos lo miró fijamente, este le entregó su mejor sonrisa y lo invitó al bar de la esquina para charlar sobre algunas ideas que tenía desde hacía tiempo
––No puedo entender como puede estar como está
––Marcos, es bueno oír estas palabras, no hago nada especial para conservar mi estado físico y mental
––Usted podrá ver mi aspecto, ya me siento medio viejo
––No tengo fórmula alguna, puede ser que mi actividad contemplativa y nada más me mantenga bien
––¿qué significa “actividad contemplativa”?
––Nada más que eso, conozco tu vida de todos los días, hago pronósticos de tu futuro, pero no tengo emociones como tú. ¿Me entiendes? Además quiero decirte que debes quitarte esos miedos que han frustrado, en parte, tu destino. Debes lanzarte a la aventura. Nuevos proyectos se te presentarán. Coraje e hipocresía.
––Usted no es un fantasma, es de carne y hueso como yo. siempre recuerdo aquella aparición suya en medio de mi desolación. Recuerdo bien, no obstante esos días lúgubres, sentí una fuerza extraña después de verlo. Nunca comenté ese encuentro. Hoy lo veo nuevamente y me siento con miedo, esto no es real.
––Pero lo es, puedes tocarme, mira mis manos, mis arrugas profundas, el hueco entre mis ojos hundidos. Sí soy el que soy, y deberías estar agradecido de que me haya ocupado de tí, siempre. Y escucha, te falta coraje, ese trabajo no te beneficia, tus actuales patrones no tienen nada que ver con el Ingeniero, tu primer jefe. Además, no olvides tu amor, no luchaste por él. Ahora tu camino tendrá alternativas. Siempre has estado muy solo. Esto no cambiará, debes llamar a la hipocresía e ilustrarte en ella.
Sin otra palabra, el anciano se despidió de Marcos con la sonrisa de siempre, con su andar idéntico al de treinta años atrás.
Marcos se quedó en el bar, más de una hora, lo invadió un temor, el miedo que tantas veces tuvo en su vida. Un presagio; decidió ir a su casa apresuradamente, sus hijos ya adolescentes, en ese barrio peligroso donde vivía se había transformado con los años en una zona de traficantes de drogas, sus vecinos justamente habían tenido un altercado con Raquel no hacía más de diez días. Las últimas tres cuadras las hizo corriendo, entró a su casa con una agitación que, al advertirla su mujer, dio un grito:
––¡Que pasa Marcos!
––¿Donde estas los chicos?
––Todos en el cuarto viendo televisión
––Ah! Menos mal
Se tiró en el sillón del comedor, Raquel a su lado.
CONTINUARA |