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Ángel

Esa mañana se preocupó de no comer por última vez. Lo tenía todo, la familia más cariñosa que se puede soñar, amigas de sobra, y de las buenas, una personalidad cautivante y un cuerpecito de cristal. Hecha como con hilos de plata, pareciera que cuando Dios pensó en ella imaginó esa imagen perfectamente dulce, inocentemente traviesa, quizá como una guinda fresca meciéndose alegre en su lugar. Sus manos se aparecen en tu cuerpo con hojas de aloe, como el néctar más embriagante, ése que estás obligado a tragar. Sus piernas y sus caderas, hechitas de finos llantos de la mañana, parecieran abrazar el día entre sus redes y agitar las ansias secretas de la tierra. Su regazo de nogal o de sauce, parece extenderse en mil cadenas que te envuelven en delirios de pasión. Inmaculada se dibuja la silueta de sus hombros y sus pechos. Inmaculada, aún con un velo sobre su rostro y un legado blanco y puro, visitó por última vez a esas ánimas que la seguían.
Hacía frío esa mañana de abril, no podía levantarse, le pesaba cada pelo sobre su cuello, cada uña sobre cada dedo. Abandonó su lecho de muerte por la única fuerza que le brindaba el secreto. La madre preocupada las llevó del brazo al baño; ella y su triste enfermedad debatieron un buen rato para mantenerse de pie mientras el agua recorría su cuerpecito de cristal. Aún más diáfana que los rayos luminosos que atravesaban la ventana de su comedor se encontró llevándose una taza de té y un trocito de pan a sus delicados labios. Solo segundos más tarde saldrían de sus mismos labios los mismos alimentos que le faltaban para sonreír, solo segundos más tarde se habría escurrido de la vista de su madre para esconderse sola en el baño. El camino al colegio fue algo silencioso, manejaba como ida, con sus pensamientos en algún lado que todavía no puedo descifrar, y su cuerpo aun relajado en su cama.
La primera clase fue algo patética, tal como todo entraba en ella, todo saldría solo horas más tarde. Que le importa la geografía a un alma en pena, y luego que le importan los números, y luego que le importan los autores frustrados, y luego que le importo yo. Disimulando sonrisas de placer dibujó la típica imagen, algo retrógrada, de sus buenos viejos tiempos. Frente a esas amigas, y de las buenas, atravesó nuevamente su ruta hacia su destino, y comió, y comió como ella sabía hacerlo. Con pocas fuerzas se encontraron sus ojitos de papel con los suyos, esos ojos negros y enormes, esos que le cuidaban los pasos. Ante esos enormes astros se dibujaba su silueta delgada y demacrada sobre la muralla de la verdad. Se acercaron y ella tembló, si se hubieran alejado ella hubiera temblado. Palabras directas, pero discretas, se apoyaron sobre sus hombros y quizá por un segundo la atajaron entre sus planes. Nada de lo que sus hermosos oídos escuchó fue puesto bajo el foco de la duda. Estaba enferma.
Subió a su auto, casa, cama, sin cartas, adiós. Ahora te recuerdan esos ojos negros y enormes que brillaban para ti, que sangran gotitas saladas que no pudieron ayudarte.

Texto agregado el 26-11-2003, y leído por 235 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
17-01-2004 Es un relato tierno y que denota gran sensibilidad y fragilidad...Un beso. Dammar
27-12-2003 Es una historia conmovedora, dulce, tierna, escrita con una gran sensibilidad y mucho sentimiento. Merece 5 estrellas alqutun
07-12-2003 uf, duro el cuento, me gustó mas que la poesía. original forma de hablar de la muerte. La descripción de la chica nos deja verla. Saludos burbuja
02-12-2003 Has escrito algo muy dulce y tierno. La irremediable e inexplicable pérdida. A mi entender (que es el menos válido) tenés que pulir algunas cosas: tiempos verbales, redundancias y obviedades, pero lo que realmente importa, está muy bien. Saludos, Praprique
 
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