Me disculpo de antemano por haber forzado el cuadro que movió estos pensamientos haciéndole decir (no sin escrúpulos ni alevosía) cosas que no dijo.
El Lunes 07/11 tomé el colectivo Las Rosas, que (por una censura a la altura de la boca de expendio de Pepsi) resolvió entrar en cuadras ajenas a la avenida, para recuperar la Eva Perón desde la calle República del Salvador. En esa esquina, el semáforo detuvo al colectivo, y mi ventana alumbró a un vago echado en bolsas, colchas y mugre viejas. Me tenté de escribir vagamundo ó vagabundo en lugar de vago, pero quien repita esa esquina confirmará la larga presencia del personaje.
Borges -talento que intento imitar, con timidez y vergüenza pero con ímpetu, como el niño que se prueba los zapatos del padre- me instó a atender el tiempo; Freud pensó los elementos que tomé para devanar la materia; y el Vago que le hablaba a las botellas fue punta del ovillo del breve cavilar que me arrojó en alguna euforia temerosa.
Si no me engaño, o mejor: lo menos infielmente posible, pensé que Vago (su categoría y ahora su apodo) posiblemente no recordara la fecha del calendario; me suena lógico decir que el tiempo es la memoria, que la memoria funda el tiempo: apedrearía al perro que me rompe las bolsas de la basura de no recordar que hace algunos años lo compré, que lo mantengo, que es mi mascota; o me perdería escribiendo temas sin relación al tiempo, de no recordar a Vago y a mi suposición de que está perdido en un eternísimo presente.
Lo primero que pensé está relacionado con lo real; con que para las cosas (con que para la cosa, diría Lacán) el tiempo no existe: ni se preocupan por su grado de madurez duraznos y ciruelas, ni las estaciones por cuánto les falta por llegar: es necesario un aparato psíquico que brinde dos elementos imprescindibles: huellas mnémicas (memoria) y las facultades necesarias para hacer uso de ellas, de modo que la rememoración sea posible desde una posición similar a la de un tercero. Entonces, la cronología es patrimonio sólo de los seres dotados con aparatos psíquicos con memoria y conciencia de sí.
Llegado este punto del entramado de ideas, advertí al universo (bajo el supuesto de que carece de aparato psíquico) ajeno a la humanidad, a los humanos, a nosotros, ajeno a toda nuestra historia, ajeno a la fascinación del primer hombre al conocer el fuego en algún desierto, a la sangre que derramara María cuando su menarca, al fervor liberal de los vecinos argentinos que hervían aceite para tirarlo desde los techos sobre soldados ingleses. Tener memoria y conciencia en un universo que no las tiene se me antoja injusto y cruel. Me fue inevitable, que se yo, alguna pena.
Lo segundo. Ya instalado en el pensamiento del aparato psíquico, recordé algunas palabras escuchadas en alguna clase, que mas o menos suponían que “es imposible la identidad de percepción, por que, cuando se repite el suceso o cuando se lo recuerda, se está volviendo a la inscripción anterior”. Pensé: el café que me desayunó esta mañana dejó su huella en su lugar preciso; las 5 cucharas de azúcar del café que tomo muy dulce dejaron también sus huellas; que la imagen del chofer presionando antes la tecla 0 que la 3, dejó su huella, indudable aún cuando capaz de inexactitud.
El vértigo ya me complicaba, pero alguna obsesión me empujó a pensar más: recuerdo, y al recordar produzco un nuevo recuerdo, y puedo luego recordar que hacía un momento recordaba que recordé; la impresión fue fortísima cuando de algún modo supuse la eternidad posible de la fórmula “…recuerdo que recuerdo que recuerdo que…”, segmento éste que -dando fe a un mítico principio y a un mítico final- homologa la situación de cada sujeto en el discurso*; segmento éste, que puede estar en cualquier punto del decurso de una oración, del eslabonado de representantes (que son huellas mnémicas, que son el tiempo).
Una nueva vorágine me mordió cuando pensé que percibir algo, mirar o escuchar o tropezar o pensar o recordar (que a los fines de la memoria y del tiempo, son lo mismo: ofician de elemento recordable, percepciones originales de las huellas copia), era alimentar al pasado: es inevitable el torrente de “lo que sucede”. La tristeza volvió cuando pensé que uno sólo puede dar cuenta del presente desde el pasado, que estamos detrás del velo que es el presente. Que el presente es tan mítico como la experiencia de la vivencia de satisfacción; es esencialmente inasible, inabordable; por que a nosotros, animales de memoria, sólo nos es dado pensar conjugando fragmentos de pasado, y actuar catapultando al presente la acción, de la que sólo podemos dar cuenta cuando ya haya sucedido, cuando sea un recuerdo.
A Vago: Gracias por oficiar de gatillo; perdón por extraviarlo a mitad del desarrollo.
Al Lector: perdón por lo gordiano del texto.
*No veo a ningún sujeto como otra cosa que un “…recuerdo que…” (a lo sumo un “…creo que…”) de una oración eterna que empezó no sabemos cómo, ni sabemos cómo terminará; extremos ambos en los que ese humano, demasiado humano invento que es Dios calma la ansiedad. |