Tirado contra el colchón desparramaba lágrimas que chocaban, ya sin fuerza, contra las paredes, incapaz de diferenciar a estas alturas lo que era un dia gris de el fin del mundo. El agua que escurría escaleras abajo comenzó a gotear por el rellano, poco a poco se fue formando un inmenso charco que se colaba casi de forma indecente por puertas y ventanas.

Los pequeñuelos chapoteaban incontroladamente en la calle, al principio nadie entendia, en todo el barrio se comentaba el sorprendente suceso, nadie sabia de donde venía aquel extraño temporal, algunos reian y bromeaban, pero poco a poco la tristeza se fue apoderando de la ciudad, de nada valían las risas de los niños, risas que por otra parte cada minuto sonaban mas silenciosas.


Cuando despertó a la mañana siguiente, sus ojos enrojecidos se vieron bañados por un sol resplandeciente, en principio cegado por el rayo apenas vio los destrozos que mientras dormia habían producido sus lágrimas, la sal había destrozado las ropas de todos los niños, los árboles arrastraban su lengua pidiendo a gritos un poco de agua de rio. Se crearon grupos de investigación especial para descubrir quien era el causante de tales destrozos. Cuando su visión se hizo nitida descubrió que habían pasado treinta dias desde la ultima vez que vio el sol. Se asomó al pequeño balcón de barrotes morados y con la sonrisa abierta descubrió que un grupo de tortugas se había refugiado en la copa del árbol que crecía velozmente frente a su casa, así se dio cuenta que todo era posible. Sin dejar de mirar el sol, tomó papel y lápiz con la noble intención de esconderse por un rato de esa ciudad furiosa que le había llovido por dentro.