Mi problema puede resumirse de forma simple o explicarse interminable y casi ininteligiblemente. Si opto por la primera opción, sólo me hace falta escribir las palabras ‘fobia al ajeno’. Si opto por la segunda, necesito pararme y pensar, pensar mucho pues realmente es difícil encontrar las palabras que describan comprensiblemente lo que me ocurre con los extraños y muchas veces, aunque en menor grado, con los no extraños; con o ante, no queda del todo claro, pero sí que afecta a mi relación con la gente en general.
Sin embargo, he de matizar que se trata de una fobia a posteriori. La mía no es una de esas fobias pro-activas que impiden y mantienen lejos sin permitirte enfrentar la situación que te paraliza y aterra. Mi querida fobia me deja libre acercamiento y trato. Me deja mantener conversaciones, salir, conocer nuevas personas –aunque cierto que tal vez en menor grado-, coger el transporte público, estar entre masas –a pesar de que posiblemente sólo durante un tiempo extenso pero limitado-. En definitiva, llevar una vida que no me convence llamar otra cosa que normal. Lo que llamo problema es lo que sucede después, normalmente en el período de un ir conociendo a otro y, como creo que eso es algo que una vez empieza no tiene fin, resulta ser un período tan largo como el tiempo que la nueva amistad naciente se sustente. Esto que ocurre, en pocas palabras, es algo así como un colapso mental propio –no es hostigamiento del ajeno- que me provoca una especie de cortocircuito en el cual deja de funcionar todo y me siento vacío, no por dentro en masculino, sino que ‘soy’ vacío. Mi reacción siempre es la misma y es buscar el aislamiento. Diríamos que es algo así como llegar a casa, cerrar puertas y ventanas, apagar teléfonos y meterse en la cama con la manta hasta el cuello y abrazando una almohada. En más palabras, eso que ocurre, requeriría más líneas y sería más confuso y aún menos clarificador.
Todo se me pasa tal como me acaece, de repente. Y vuelve a iniciarse el ciclo en silencio y sin llamar la atención. Ni siquiera la mía, que cada vez es sorprendida por el –todas las veces el mismo- grito foráneo omnisciente que insta y urge la reclusión de mis voces internas, y suele ser tarde para parar y coger aire, respirar en busca de la relajación necesaria para mirar y tomar una decisión de comportamiento próximo. Así que simplemente ocurre, me paralizo con un respingo y al volver a tocar el suelo corro a esconderme y a extrañarme de la gente.
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