Las sirenas cortaron el aire de la madruga, en muchos hogares se erizaron las pieles de sus habitantes al escucharla. Sobre el paredón de la terraza una copa de whisky sostenía un poema, diez pisos más abajo, sobre la calle, bajo un cuerpo dislocado, la sangre formaba ríos de muerte.
El hombre levantó el cuello de su abrigo, una ráfaga del frío de la madrugada despeinó sus cabellos, en la boca sostenía un cigarrillo y en sus ojos brillaba el acero de una mirada impiadosa. Lentamente se alejó del lugar, mientras las ambulancias y los tempraneros curiosos se arremolinaban alrededor del cadáver. No giró la cabeza para ver siquiera un instante más el desenlace de su maquiavélico plan. Sonrió satisfecho, sin haberse ensuciado las manos, había cometido el crimen perfecto. ¡Por fin se había librado de esa estúpida mujer!
Un policía inexperto subió a la terraza, se colocó unos guantes descartables, levantó la copa de whisky y el viento se apoderó de la hoja prolijamente doblada y la elevó por los aires, alejándola del asombrado uniformado que solo atinaba a dar manotazos con su única mano libre, en su afán por retenerla .
La hoja voló sobre techos y entre oscuras callejuelas, hasta que caprichosamente cayó a los pies del que se alejaba satisfecho de su crimen. Curioso la levanto y al desdoblarla, asombrando reconoció la letra de su víctima, quien en sus últimos momentos, antes de arrojarse desesperada al vacío, había escrito un poema.
¿Y qué si muero en esta noche
de enero?
¿A quien podrá dolerle mi ausencia?
Al hombre que sorbió mi vida
gota tras gota
le importará menos que al último inquilino
de este burdel en el que arrojó mis sueños.
¿Y qué si muero en esta noche
de enero sin estrellas?
Negro el cielo como negros son mis pensamientos
desde que el hombre que locamente amé
se convirtiera en el verdugo
que día tras día me atormenta
arrojándome en pozos de locura.
Hoy decido mi muerte por mi mano
Mas es él
quien con su maldad me mata,
convirtiéndome en cadáver descarnado..
¡Yo te maldigo
amor que me has matado!
Te maldigo y te seguiré hasta la muerte
que aunque con tu mano el puñal
no hayas clavado
mi espíritu no cejará hasta tenerte
convertido en alimento de gusanos.
Dando un grito de terror, el hombre tiró el papel hacia un costado y comenzó a correr enceguecido, perseguido por el fantasma de quien asesinara con su desamor.
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