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Sueños intranquilos, esotéricos. Revolcarse en la noche, sensaciones de pérdida.
Es como si algo se estuviera borrando de a poco de un papel o de un vidrio escrito con los dedos cuando son blancos, muy lento, desapareciendo, tenaz, como la niebla.

Ahora. Yo no sé si logre llegar a tiempo en cuanto acordamos vernos desde los vidriales y el polvo. No sé si logre llegar a destiempo tampoco, o intentando desarticularme o citando nombres que provocan ese extraño humor en tus ojos. Y menos marcharé. No iría tan lejos, pero si te esperaría desde el Katmandú quizás...

Eres tú. La niebla que un día... Pero yo no estaba hablando de eso. En realidad. Estaba hablando de un vidrio de papel. No, menos. Vidrio de papel, qué es eso. Vidrio de papel, no abras la puerta. Pucha. Abre la puerta. No leas lo que escribo. Pucha, lee lo que escribo. Pucha, palabra de carne. Borrador en una montaña. Alpinistas conquistando el desierto. Camellos en el katmandú.

Cosas cortadas. Palabras con ganas de decirse, de repetirse y saborearse adentro de la cabeza, justo antes de dormirse, y hacerlo al mismo tiempo, con un afán telepático. Con gusto, esencia, material y acero de telepatía. La única y grande. Como las palabras que no se dicen, o las emociones precognitivas. O las ellas avanzando en la planicie. Tiempo de tundra. Tiempo de tundra y de enanos y gigantes y escalinatas de maleza que llevan a una nube con historia propia (¿leiste ese cuento?).

Ideas máximas. Todo máximo. Chocar en moto. Y morir.

Llover (decir "llover" es como decir "joder"). En el sueño estaba yo, y estos otros dos. Yo sólo atinaba a escribir en Dagga, pero no me agradaba, porque todavía no estoy enamorado de Dagga, el recuerdo de la otra me nubla la razón. El muy maldito la besó, yo lo vi, lo vi con mis propios ojos, y ella lo recibía. Llover, hombre, llover. Pero ella intentó besarme, en realidad, hace días. Pero no. Sólo que pasó su rostro muy cerca del mío, es todo, quizás sin intencionalidad. La voluntad no tiene fronteras. Somos los hijos de una motivación coja. Eso hubieras querido tú. Pero no, tampoco, porque tú no sabes lo que quieres; esperas a que pasen las cosas, es todo. Invocas desenlaces rápidos y cruentos en los que partes tuyas queden cercenadas e irrecuperables; un gusto épico por el soldado herido. Mucho pensar en la nada. Si al final el destino no existe. Y ni siquiera alguna vez pensaste que existiera.
Convicciones. De convicciones está hecha la muerte.
No son deseos que se cumplan con lámparas mágicas.

Vuelve, K. L.
¿Y si K. L. ya no existe más?

Si K. L. ya no existe más nada de esto tiene razón de ser. Si K. L. ya no existe, no tiene ninguna lógica seguir pidiendo su regreso. Por ende, pedir su regreso, sin tener la convicción siquiera de que K. L. siga existiendo, es un hecho insustancial. Una entidad intrascendente; como la melodía más bella del mundo tocada en el espacio.

No diré que me agrada toda esta situación. Pero de que habla, habla. Eso de que dice que los aviones puedan. ¿Recuerdas a ese personaje? Pero claro. Pero como no voy a recordar a ese personaje tan entrañable que tenía los ojos de maní y la silueta como barco a vapor andando en los erros de la tierra del agua mojada que se esfuma y se suma y desaparece con un espuma del desierto. No sé.

Pero debe ser interesante. Debe serlo, o no estaría diciéndolo justo ahora. No pensaría en la muerte detenida, o en la intención de que mañana sea... Alguna cosa diferente de lo ya dicho; mirándote fijamente a los ojos y transmitiendo este pensamiento desde mi iris a tu iris. No sabes lo que se siente decirte estas cosas que son mi pensamiento inmediato, o yo, que soy pincel mirándote como reloj de arena que sube y sube y sube: palabras difíciles que se esperan a sí mismas. Tú, la chica de agua que no está aquí. Yo, que te miro y te escribo, punto lejano en la pared. Punto lejano en la pared. Punto lejano en la pared.

Claro, porque así todas las cosas son más simples. Y hasta yo soy el que puede estar aquí sin tocar nada. Museo vida. Huesos de pollo dejados en un manantial (qué bella y difícil palabra, “manantial”).

Lo que pasa es que somos personas recorridas, usadas, miradas en todos los detalles, tocadas con manos introvertidas, aspiradas por lugares y fisuras de árbol seco en medio del cemento citadino, del sol colándose dañino por entre hojas llenas de contaminación acústica, tranquila y pacífica. Personas recorridas, con la punta de los dedos, admiradas con la vista, devoradas con lentitud y paciencia por el tiempo que nace de la metamorfósis de la razón en cableado neuronal suelto. Y es porque somos entes gastados de pensamientos, de batallas y aventuras, de escapismos, atajos, desvíos, señaléticas, curvas cerradas, ascensiones, descensos, ripio y asfalto roto, que ya no nos podemos el peso del recuerdo, la masa voluminosa, el apego verdoso, agápico, y eso, entre otras cosas, es lo que no nos deja correr.

Texto agregado el 21-02-2006, y leído por 397 visitantes. (0 votos)


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