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DOS VIEJOS AMIGOS




V



Un aplauso cerrado despidió a la desgarbada y joven mujer, que interpreto “Malena” lo mejor que sus limitaciones le permitieron, haciendo que los oyentes la despidieran comprensivos.
Antes que ella, cinco cantores habían desfilado con suerte y talento desigual por el pequeño escenario, siempre acompañados por los músicos, que con expresión ajena a los pifies y errores seguían con los compases de cada canción imperturbables.
José disfrutaba como un niño cada actuación, más allá de los aciertos y errores de los intérpretes, pero sin dejar de hacer notar la gran calidad de los dos guitarristas y del bandoneonísta, al que califico de “maestro” en más de un pasaje.
El repertorio utilizado por los cantores variaba en forma desigual: sonaron tangos de Canaro, Troilo, Contursi, Discepolo, y los infaltables de Gardel y Le Pera.
Rayando las 5:30 de la madrugada, el último cantor se despidió recibiendo una calida despedida del público, dado la ajustadamente bella versión de “cafetín de buenos aires”, evocando al “feo”.
- ¿que pasa alfredito?...me parece a mi o no disfrutas del espectáculo- me pregunto José, apoyándome una mano en el hombro con calidez
- si hermano...es una hermosa noche...inolvidable te diría, pero falta algo...el que me paso el dato me di...
Vi como la mirada de José se desviaba de la mía por unos instantes, y luego se perdía en la puerta del local; gire para ver que era lo que había llamado su atención de tal manera.
Un murmullo generalizado comenzó a correr como reguero de pólvora entre los presentes; “ya viene, ya viene”, se escuchaba en cada mesa, mientras los pocos que aun deambulaban por el local, buscaban una mesa adonde acomodarse.
José se sorprendió al ver como varias personas se afanaban por entrar por la estrecha puerta, como antecediendo a un espectáculo por comenzar; vi entrar a una mujer obesa, llamativamente vestida, a dos muchachos pelilargos con apariencia de hippie empujarse desesperados por encontrar un lugar adonde sentarse, hasta que los mozos, imponiéndose a la masa enardecida, cerraron las puertas del local, bajando las persianas de forme estrepitosa.
Nos asustamos; por un momento pensamos que algunos de los recién ingresados nos iban a desalojar por la fuerza de nuestros lugares, pero esto no sucedió, ya que milagrosamente, la horda se ubico rápidamente en las pocas mesas libres.
- ¿Qué esta pasando Alfredo?.... ¿sabes algo?
Negué con la cabeza mintiendo: si era cierto el dato, aunque resultase irrisorio, debía darle a mi informante un beso en los pies, tal cual lo había prometido si es que su fabulosa historia era cierta.
Preferí callar antes de pasar el ridículo frente a mi amigo, que me hubiese tachado de lunático, si supiese el verdadero motivo, el trasfondo de mi invitación.
Es mas, ni yo mismo lo creía...hasta que vi la agitación que se producía en el lugar.
Así como el murmullo había crecido anteriormente, dio paso luego a un silencio inquietante, quebrado solo por el tintineo de algunos cubiertos y copas.
Se escucharon unos tibios pedidos de silencio, y luego todos los ojos se posaron en el pequeño escenario, distante unos cinco metros de donde estábamos nosotros.
Por detrás del escenario, apenas iluminado por unas lámparas, se abrió apenas, una pequeña puerta, por la que antes había visto salir a uno de los guitarristas; “tal vez se trataba de una especie de camarín o lugar de descanso de los músicos” pensé.
La puerta se abrió totalmente, iluminada y radiante, desde donde una figura, la de un anciano vestido de capa larga hasta los pies, camisa blanca anudada en un pequeño lazo que adivine negro, y bastón con brillante empuñadura, camino hasta el centro del escenario con lento y trabajoso paso.
Su rostro, apenas iluminado por un foco lateral se paseo por el publico, como comprobando que toda la atención estuviese dirigida a su persona.
Lo miramos aturdidos, como hipnotizados, hasta que la magia se hizo persona: una sonrisa reconocible para todos los presentes se dibujo en sus labios, y creo que mi corazón, como el de todos los presentes dio un vuelco total.
Era el.
Era imposible, pero era “la sonrisa”.
Y si alguna duda albergaban nuestros corazones, fue despejada en un segundo, cuando de esa garganta única, irrepetible, surgieron “a capella” los versos:

“mmmiiiiii buenos aires queriiiido, cuando yo te vuelva a ver, no abra mas peeenasni olviiiido””
-NOOO- atino a decir José, al tiempo que se tapaba la boca con las dos manos, impávido.
Era imposible, inaudito...no podía ser cierto: ese anciano era quien mi informante me había confiado que cantaría, si tenía suerte; no se trataba de un fraude ni de un imitador.
Tanto José como quien les narra, reconocerían esa voz entre un gentío alborotado; no éramos eruditos, ni músicos atildados que nos creímos mas que el resto de los oyentes del maestro, pero durante nuestras vidas habíamos escuchado infinidad de imitadores de el, y todos tenían pequeños detalle s que lo diferenciaban del “único”.
José me miro con lágrimas brotándole inconteniblemente de los ojos, y sus lágrimas me contagiaron a mí, que como un párvulo comencé a llorar a moco tendido, derramando lágrimas de emoción sobre la mesa.
El anciano era Carlos Gardel.
Sin dudas era el.
-no...no....no pueee...de ser Alfredo.... ¿Medellín?....el incendio....el avión....esto no es posible....
-SSSSSSHHHH...mantengan silencio, después hablamos....disfruten- el mozo que nos había atendido durante toda la noche nos llamo a silencio bruscamente, guiñándonos un ojo con complicidad.
Nuestros ojos y oídos lo degustaban, mientras nuestras cabezas se debatían en una marea de preguntas.
Gardel había nacido un 11 de diciembre de 1890, y había muerto según la historia oficial, el 24 de julio de 1935 en Medellín, a bordo de un avión en un voraz incendio producido por el choque de este con otro. Gardel tenia 45 años cuando murió (¿?), y si ese anciano era ¿el?, debería tener unos 84, 85 años.
Matemáticamente era posible, pero la voz, las secuelas del accidente etc.
La luz del recinto no ayudaba: la semi penumbra permitía que ¿Gardel? Cantase a contraluz del público, aunque por momentos, sus facciones avejentadas eran iluminadas por un haz de luz proveniente de su flanco derecho.
Pero la voz, indudablemente era la de el.
Se sucedieron “arrabal amargo”,”anclao en Paris”,”pompas de jabón”, “vieja recova”, “compadron”, “el día que me quieras”, “victoria”, y muchos mas que se perdieron en la niebla de mi memoria.
La gente y nosotros estábamos extasiados ante su presencia y su voz, hasta que en un momento hizo un alto y hablo, diciendo:
“agradezco sus aplausos damas y caballeros, pero este servidor suyo debe descansar...me despido con una canción que hicimos con mi gran amigo, Alfredo Le Pera, y que por el temita ese... del avión en Medellín... ¿vieron?..., nunca pudimos estrenar...espero les guste, se llama...”llegando a casa””
Y a continuación, tomo una guitarra, y con su voz nos regalo un hermoso tango, con ciertos toques de vals que lo hacían encantador y melancólico a la vez.
Trate de atesorar en mis oídos las frases que su voz desgrano en esa fría noche porteña, pero la emoción no se había separado un centímetro de mi pellejo durante toda su actuación, y sumado al echo de escuchar algo nunca grabado, ni conocido por nadie, apenas puedo recordar frases inconexas.
José era un mar de lágrimas emotivas y una sonrisa bobalicona le recorría la cara, llenándolo de un candor y juventud perdidos en el tiempo.
Cuando el anciano termino, arrojo un beso al público, y con esa sonrisa única, se alejo por la misma puerta por la que había entrado.
Que nosotros sepamos, gracias al mozo, Gardel volvía cada tanto a presentarse en ese viejo y olvidado bar, y era anunciado por un chiquillo, que bien entrada la noche, llegaba de quien sabe donde, hasta la puerta del bar, y comentaba a algún parroquiano avispado que “Carlitos viene hoy a cantar”.
Para nosotros dos, el chiquillo seria un angelito de Dios.
Según parece, muchos lo sabían, pero nadie lo divulgaba por miedo a que Carlitos no venga nunca mas, y otros, como José y quien les habla, por vergüenza y miedo a creernos locos y seniles.
Esa noche fue la ultima vez que en nuestras vidas salimos de “farra”; mi cáncer avanzo implacable, provocándome una parálisis casi total de mis músculos, y enclaustrándome en una de las habitaciones del geriátrico que tanto odiaba.
Solo lo tenía a José, que con el avance del alzheimer, diezmador de la memoria, apenas me recordaba, aunque cada vez que algún enfermero, u otro de los internos ponía un disco del zorzal, o su voz se oía por la radio, venia a mi cama y me tomaba de la mano diciendo:
“te acordas hermano... ¿te acordas?”

Texto agregado el 21-02-2006, y leído por 143 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
16-04-2006 Después de ver eso, cualquiera puede morir tranquilo. Gran relato, gran final, algo para no olvidar, como la aventura de estos dos personajes. Mi más sentida enhorabuena. Es realmente un relato fabuloso. Un abrazo Ikalinen
11-03-2006 Una fábula que tiene de todo: Personajes queribles que mueven a la empatía y a la identificación, diálogos bien estructurados y entrañables. El relato conmueve, muy bien. rosendo
22-02-2006 Buena historia. Cinco estrellas. jovauri
21-02-2006 pensar que vos escribiste esta historia , y sabes cuantas veces ,abre soñado esto ,es más escribiste parte de una leyenda , dado que muchos lo vieron cantar en ciertos cafetines a un gardel con rostro desfirugado , pero con su voz de tierra y alma de ángel. muy bien cacha, regalaste sueños y eso vale oro sorias
 
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