DOS VIEJOS AMIGOS
IV
Bajamos del taxi manteniendo un silencio místico, extendido durante todo el viaje.
La calle apenas transitada cargaba de un aura mágica la noche; el letrero del bar, apenas iluminado por una bombita de luz insignificante, daba la bienvenida a los pocos transeúntes que se arrimaban a aquel desconocido rincón de buenos aires.
Lejos del circuito turístico, el bar servia de cuna a milongueros marginales, algunos de ellos entrados en años, y otros curiosos que saciaban su interés en esos húmedos recovecos porteños.
Si el dato que me habían pasado, aunque sonase inverosímil, era cierto, esa noche seria aun mas memorable de lo que ya era para estos dos viejos resucitados.
Eso estaba por comprobarse apenas trasvasásemos sus puertas, si es que vale la pena quebrar con las leyendas urbanas que circulan por cualquier urbe que se precie de tal.
Según me habían dicho, después de que el bailongo llegase a su final, subían al pequeño escenario, cantores aficionados, que acompañados por dos guitarras y un bandoneón, deleitaban a los últimos parroquianos.
Digo deleitaban, porque la calidad de los mismos era muy buena, según me habían comentado, y los clásicos que se hacían pertenecían en su amplia mayoría a los del repertorio del morocho del abasto, Carlos Gardel.
Entramos con José y nos ubicamos en una mesa cercana a lo que luego seria el escenario, alejados de la pista, adonde a los pocos minutos, algunos bailarines comenzaron a dibujar sobre los gastados tablones pasos y firuletes.
Aquí se bailaba el tango arrabalero, no las figuras coreográficas más cercanas a un music-hall o a brodway que al verdadero espíritu con que se lo bailaba cuando José y yo éramos jóvenes.
Evoco esa noche en la que vimos a “virulazo” en el club Devoto...no tengo palabras para explicar la emoción y el sentido que le daba al tango ver bailar al más grande...
- ¿en que pensas José?- pregunte al ver que mi amigo tenia la vista fija en la pared, como ausente del envolvente sonido del bandoneón que nos endulzaba los oídos.
- en nada Alfredo...es que...me deben estar esperando en el....
- si...ya se...en el geriátrico... ¿y que puede pasar?...nos van a mandar a buscar por la cana...ma si ¡que nos busquen¡...total, ¿Quién se va a imaginar que estamos acá, en este bolichon?- reí a carcajadas, haciéndole una seña al mozo para que nos traiga algo para beber-mañana....2 GRANADINAS CON SODA MOZO- interrumpí-..., te apareces medio en pedo, con la camisa desaliñada, con unas ojeras gloriosas, diciendo que te fuiste de joda...total...¿que te puede pasar?...¿te van a matar?...bah, la verdad es que eso es lo que estuvieron y están haciendo con vos...
- NO ALFREDO- me grito, alzando su mano y cerrando los ojos- para de darme manija con eso...ahora quiero olvidarme de eso...¿no era lo que querías?...querías que pasemos la noche de farra, chupando y escuchando unos buenos tangazos...y bue...acá estamos...y como vos siempre fuiste lento con las minas...- lo vi levantarse decidido, dejando los achaques de la vejes en la silla- me voy a bailar con alguna mina que tenga ganas de...- y se alejo, hablando no se que, rumbo a una mesa, donde varias mujeres reían a carcajadas.
Lo vi acercarse a la mesa y un rubor lozano cruzo por mis mejillas, sintiendo una vergüenza ajena; no podía evitar que mi timidez se trasladase a José, mientras este conversaba con el grupo de mujeres.
Vestido con su gastada camisa blanca y un viejo pantalón roído por las polillas, trataba de levantarse a una mujer como si aun tuviese 25 años; la timidez y el orgullo me carcomían de igual manera viéndolo galantear a una de ellas, que le sonreía con una reluciente dentadura postiza.
A los pocos minutos, como todo el caballero que era, lo vi llevándola a la pista y enredándose en la magia del 2x4; “pensar que la mujer no sabe que José tiene puestos unos pañales mas grandes que su culo”, pensé, y una carcajada broto de mi garganta, haciendo que una japonesa sentada en la mesa vecina sonriera, haciéndome una corta reverencia.
Ahí mismo apareció mi compañera eterna, la timidez, y pare de sonreír, sabiendo que correspondía que sacase a bailar a la japonesa.
Me incorpore lo mas decorosamente que exigía mi situación y ofrecí mi mano timorata a la nipona, que gustosa acepto.
La lleve a la pista y me puse cerca de José, que rememoraba algunos pasos antológicos con sus chancletas sucias y gastadas.
La mujer que bailaba con el no tendría menos de 70 años, pero su risa contagiosa le impedía seguirle el paso a mi amigo, que con firuletes poco ortodoxos se movía como un poseso.
Yo hacia lo que podía con la japonesa, que no tenia la menor idea de cómo se bailaba el verdadero tango, y para peor, no podía quitarse de los labios una sonrisa anodina.
Me sorprendí cuando al finalizar la pieza que bailábamos, apareció a mi lado un japonés, igual de sonriente, aplaudiendo nuestro baile.
Al parecer era su esposo, ya que en un rudimentario ingles me agradeció “la dance with my wife” y no se que mas, y se la llevo de mi lado, llenándome de cortas reverencias el camino hasta mi solitaria mesa.
Al poco rato apareció José, solo, sin su compañera.
- ¿Qué paso con la mina José?
Mi amigo tomo un sorbo de la granadina con soda que habíamos pedido al mozo y recompuso su aliento.
- nada...le eche fly...era demasiado vieja para mi- rió con ojos enrojecidos por el calor reinante
No pude evitar reír estentóreamente, preguntando:
- y... ¿de que se reía tanto la naifa?...no paraba de reírse con vos, parecía que ya la tenias lista
- lo que pasa es que me pregunto de adonde venia...vestido así como estoy
- ¿y que le dijiste?
- ¡¡que le voy a decir Alfredo¡¡...le dije que me había escapado del geriátrico
-y....y... ¿te creyó?- agregue casi llorando de risa
-no...Si....bah....no se....dijo que pensó que me había escapado de un hospital-agrego sumándose a mi incontenible carcajada, mientras todo el sorbo de granadina que tenia en el gargüero caía sobre el entablonado piso.
___o___
La noche fue pasando tango a tango, bebida a bebida, mientras la gran mayoría de los parroquianos iban despoblando el lugar.
Quedaríamos una veintena de personas, cuando de una puerta lateral, salieron dos guitarristas y un bandoneón, como escapados de otra época; subieron al escenario y dejaron sus instrumentos sobre unos taburetes, a la espera de que la música ambiente diese lugar a la sesión de canto prometida.
Serian las 4:00 de la madrugada cuando el salón quedo en silencio, escuchándose solo el murmullo de los pocos parroquianos que quedaban y el entrechocar de alguna copa.
|