_ Por favor..., dibújame un cordero...
Cuando el misterio es demasiado impresionante, no
es posible desobedecer.
Antoine de Saint Exupéry. El Principito.
El primer fogonazo, casi en el horizonte, lo sorprendió. Inevitablemente, a éste le siguió el feroz trueno que, aunque, esperado, lo estremeció. Luego, comenzó la tormenta. Primero, en una atmósfera inmóvil, el agua caía en línea recta, como una espesa cortina. M se alegró de haber encontrado aquella cueva, en la roca (no terminaba de darse cuenta si era natural, o había sido excavada por el hombre), prácticamente cubierta de ramas y follaje.
Se sentó contra una de las paredes, con las piernas dobladas para intentar mantener algo del calor de su cuerpo. El ambiente dentro, si bien olía a moho y humedad, estaba relativamente seco.
En la oscuridad casi completa, le resultaba difícil calcular las dimensiones, pero, a juzgar por el aire viciado, supuso que no debía ser demasiado grande, o bien, se prolongaba hacia adentro sin tener más ventilación que el agujero por donde él había entrado. En cualquier caso, deseo que la misma estuviera “desocupada”. No le hacía gracia la idea de encontrarse, ciego, con algún animal residente de la misma.
Afuera, la tormenta empeoraba, a los truenos que parecían hacer zozobrar los árboles cercanos, y la constante lluvia, se sumó el viento. Primero, unas ráfagas relativamente suaves, pero en cuestión de minutos, aumentaron su intensidad, hasta volverse violentos silbidos que competían con las descargas eléctricas.
Al cambiar la dirección del viento, la entrada de la cueva comenzó a mojarse. Sentado, abrazando sus piernas, en la oscuridad, M sintió que temblaba. No es que le importara mucho, pero, después de todo, morir de frío en el medio de un bosque le pareció casi absurdo, incluso, gracioso.
Mientras la tormenta continuaba descargando su furia, le pareció escuchar un sonido apagado por los terribles ruidos del exterior, pero audible (seguramente, las condiciones del medio, agudizaban sus sentidos, manteniéndolo en alerta continua).
Supuso enseguida que alguna clase de animal había entrado buscando refugio, tal como lo hiciera él mismo.
Esperó, conteniendo la respiración, hasta que estuvo seguro que algo había entrado en la cueva. Deseo que el animal fuese amistoso, a al menos, prefiriera mantenerse alejado.
Lo escuchó moverse (arrastrarse, deslizarse?, no estaba seguro) tratando de no hacer ruido. Sea lo que fuere, pensó, sabe que estoy acá. Ambos sabemos que no estamos solos. Así parecía, igual, se diría que ninguno tenía intención de molestar al otro.
M suspiró, al parecer, pasaría aquella noche en compañía de otro ser, cualquier cosa era preferible antes que salir con ese tiempo.
Apoyó la cabeza sobre las rodillas, a ver si lograba dormir un poco, pero a pesar de sentirse agotado, con el cuerpo dolorido, le resultaba imposible, no solo conciliar el sueño, ni siquiera, disminuir un poco su nivel de “vigilancia”.
Supuso que, la presencia invisible de su compañero (al que ya había atribuido varias especies de pertenencia), no era precisamente un factor tranquilizante.
Pese a que temblaba de frío, y le dolían los músculos contracturados por la inmovilidad, se esforzaba por hacer el menor ruido posible, aún cuando esto implicaba estar quieto en la misma posición. Cuando el dolor se hizo insoportable, estiró lenta y cuidadosamente las piernas, buscando un poco de alivio.
Un leve crujido se escuchó del lugar donde suponía se hallaba su “compañero”, pensó que él o ella también intentaba acomodarse.
Al rato, durante una breve pausa de los truenos, le pareció escuchar un gemido muy bajo, casi como un llanto contenido que lo desconcertó por completo. La idea de estar compartiendo aquella cueva húmeda y oscura, en medio de la nada con otro ser humano le resultó insólita. Sin embargo, esos leves sonidos parecían producidos por una persona (o, un animal muy extraño).
De todas formas, sea lo que fuere, no había intentado atacarlo, ni siquiera aproximarse. En suma, por el momento, no daba señales de ser peligroso.
Luego de dudar un buen rato, decidió arriesgarse. Sin moverse de su lugar, dijo unas cuantas palabras, en un tono de voz para ser escuchado, pero sin sonar demasiado fuerte.
Para su sorpresa, los gemidos cesaron inmediatamente. Él también guardó silencio, no sabiendo cómo interpretar aquello.
Pasado un rato, volvió a preguntar, con voz suave, si había alguien ahí. Esperó, no supo bien qué, tal vez, alguna respuesta. Escuchó un leve movimiento, proveniente de lo que supuso, la pared opuesta de la caverna. Creyó que, eran movimientos indecisos, o quizá, cautelosos, él también era prácticamente invisible en aquel lugar.
Prestó la mayor atención que pudo, los movimientos se dirigían hacia su sitio, al menos, eso creyó. Sea lo que fuera, avanzaba muy lentamente, deteniéndose por momentos.
Armándose de valor, volvió a hablar, suave, casi en un susurro, - hay alguien?, está todo bien... -, procuró que su voz sonara amistosa, pero segura.
En ese momento, la tormenta arreció, un trueno, particularmente violento estremeció el bosque y la cueva. Movido, tal vez por el ruido, o, tan solo presa del terror, lo que se acercaba dio unos pasos más rápidos hacia él.
Ahora, mientras se reponía del temblor que le produjera lo inesperado del sonido, casi podía sentir la presencia cercana, oía su respiración acelerada, su miedo. Creyó que bastaría estirar su mano para tocarlo, pero no se decidía.
Mientras, las ráfagas de viento, hacían temblar el mundo a sus pies. Se preguntó si su refugio aguantaría, parecía sólido, en la roca, incluso cuando, a través del hueco de la entrada, protegida por follaje, entraba por momentos, agua, no creía que las paredes fueran a ceder.
Un nuevo trueno, con su correspondiente rayo, hicieron temblar el lugar. Esta vez, escuchó el inconfundible ruido de aves y animales huyendo espantados. Deseo que no buscaran refugio en la cueva.
Pero, la estampida lo indujo, casi sin pensar, a moverse a la entrada a ver si veía algo. Apartó en poco las ramas, y, en medio de la oscuridad, comprendió lo que había hecho huir a las bestias de esa forma. A no más de dos metros de ahí, un rayo había caído sobre un árbol, incendiándolo al instante. Quedó paralizado mirando, era un árbol con un tronco mediano, con abundantes ramas y hojas. El impacto lo había quebrado al medio, y ahora, estaba envuelto en llamas, que el viento esparcía como si fueran fuegos de artificio. Esperó que la lluvia, que continuaba cayendo a mares, no permitiera que el incendio se propague.
Acomodó lo mejor que pudo las ramas que cubrían la entrada, y volvió a su lugar. Su cuerpo, rozó apenas otro cuerpo, frente a lo reaccionó instintivamente alejándose un poco. Sentía su corazón latir en forma acelerada, un sudor frío le empapó la cara y las manos. Le pareció, de golpe, que no había aire en la caverna, por un segundo, creyó que moriría asfixiado.
Mientras luchaba por recuperar el control, oyó una vocesita, como de un niño, - donde fuiste? -, susurró. – A ver qué pasaba afuera -, contestó en forma automática, sin pensar. – Y qué pasa? -, volvió a preguntar la criatura. – Un rayo incendió un árbol -.
Parecía estar contestando un “interrogatorio”, hasta lógico, excepto por que se encontraba en una cueva, en medio de la nada, a oscuras, y con alguien (que hasta hacía muy poco había supuesto algo).
Por un rato permaneció en silencio, sentado, abrazando sus piernas para darse calor, muy cerca de la criatura, a quien podía oír respirar, tratando de calmarse y ordenar sus ideas.
En un segundo, pasaron por su mente, los personajes de las fábulas infantiles, duendes, hadas, “seres del bosque”, etc. todo le pareció un delirio. Por otro lado, la presencia a su lado, era real, fuera lo que fuese, y de paso, hablaba su idioma.
Luego, ya más tranquilo, se dirigió hacia él, - Quien sos? -, preguntó en voz baja. – Axel -, respondió , - Axel Gabriel -, completó con voz, inconfundiblemente infantil, - y, vos? -. – Martín -, dijo. – Que más? -, insistió el chico, como si tuviera que haber algo más. Dudó un segundo, nunca le había gustado su segundo nombre, así que no lo usaba, sin saber por qué concedió – Néstor -.
Nuevo silencio, - Sabés qué significa? -, volvió a preguntar la vocesita. – Qué significa qué? -, empezaba a molestarse. – Tu nombre, Martín Néstor -, explicó como si la pregunta fuera obvia.
Martín pensó unos minutos, alguna vez se lo habían dicho, pero lo había olvidado. – No, no me acuerdo -, contestó.
La situación le empezaba a parecer de insólita a graciosa. Aunque tuviera a quien contársela, dudaba que le hubieran creído.
Escuchó al niño otra vez, - Martín es de origen latino, significa guerrero -, explicó, - El mío, Axel, es germano, significa recompensa del Cielo, y Gabriel, hebreo, fuerza de Dios -, dijo con seriedad, como si compartiera un secreto.
A Martín le hizo gracia, “guerrero”. – No me dijiste el otro -, recordó de pronto.
Axel hizo una pausa, - Parece no gustarte mucho, pero...Néstor es griego, significa, el que recuerda -, dijo por fin.
Afuera, la tormenta continuaba con toda su furia. Una nueva ola de truenos los hizo estremecer. El chico se acercó más, apoyándose en el hombro de Martín. El contacto físico lo reconfortó (en realidad, a ambos). Estaban helados y húmedos, y (seguramente hambrientos, aunque ninguno había dicho nada al respecto), pero al menos, podían darse calor mutuamente.
Martín calculó, el cuerpo menudo que se encogía a su lado buscando calor, no podía tener más de 6, 7 años a lo sumo. Qué hacía solo, en el medio del bosque?, en aquel infierno?. Lo rodeó instintivamente con su brazo, para hacerlo entrar en calor.
Dudando si preguntar o no, finalmente se decidió, - Qué estas haciendo acá? -, susurró. – Escapando de la tormenta, como vos -. La respuesta, tan lógica, y absurda a la vez lo desconcertó. Probó nuevamente, - Sí, claro. Quise decir, en el medio del bosque, vos solo? -.
Axel pareció pensar la respuesta, al menos, tomó un tiempo para contestar, - Practico -, dijo. – Practicás qué? -, volvió a preguntar Martín, cada vez más desconcertado.
Nueva pausa por parte del chiquillo, - Creo que voy a ser ermitaño -, concluyó.
Esta vez, fue Martín quien se tomó su tiempo, la respuesta le había parecido graciosa, pero insólita. – Un...ermitaño? -, preguntó incrédulo. – Ajá, por? -, la vocesita casi parecía dudar. – Nada, sólo preguntaba, sabés que es un ermitaño? -, disparó. Nuevo silencio, nueva pausa antes de una respuesta.
De alguna forma, Martín, se afianzó en la idea de quien era el hombre y quien el niño. – Alguien como vos? -, dijo de pronto Axel, desarmando el “tinglado” de convicciones de Martín. – Por qué lo decís? -, contestó, pero ya no estaba tan seguro. – Creo que quiero alejarme de los Hombres -, respondió el chico.
Además de confundido, Martín se sintió estafado, y ni siquiera supo bien porqué. – Por?, qué querés decir?..., yo... -, su respuesta, más bien un montón de preguntas surgieron sin que las pudiera pensar. Era el colmo, un mocoso. – Que contesto primero? -, encima, le tomaba el pelo. – No sé, porqué querés alejarte de los hombres?, yo qué tengo que ver? -, disparó a boca de jarro. – No sé, la gente me cansó, y vos, que hacés si no alejarte cada vez más? -.
La respuesta lo sumió en otro montón de dudas, la primera, si era realmente un niño su compañero, por ejemplo. – A veces, uno se aleja sin querer, hasta que ya es tarde para volver... -, estaba pensando en voz alta. Axel se recostó en su hombro, - O sea, que te alejaste del mundo? -. La lógica del chiquillo era irrefutable. – Creo que no fue a propósito, solo fue pasando -, dijo Martín. Tras una breve pausa, continuó – a veces, los adultos... -, se sintió a la defensiva, como cuando de chico lo pescaban robando galletitas del tarro. Pero, ya no era un chico, igual siguió, - bueno, por alguna razón se van alejando, sin querer, tanto, que...bueno, ya no es tan fácil volver... -.
Permanecieron otro rato en silencio, escuchando la furia de la naturaleza que amenazaba con no detenerse jamás. Martín sentía que “masticaba” sus propias palabras, Axel, pegado a su cuerpo, parecía pensar, o quien sabe. – Quien te enseñó? -, preguntó de pronto.
El chico, que parecía adormilado, movio levemente su cabeza, y contestó con voz clara, - El significado de los nombres?, mi mamá -. – Tenés buena memoria -, dijo Martín, por decir algo. – Tal vez sea ermitaño, tal vez no -, agregó Axel. – No creo que sea un trabajo muy remunerativo en estos días -, bromeó Martín. – Estás muy seguro que ya no podés volver? -, le preguntó de golpe.
Todas sus seguridades y convicciones tambalearon de pronto. Sacó de entre sus ropas húmedas una petaca y tomó un trago para entrar en calor. – Vos no deberías -, dudó, - un trago, para que no te congeles -, le tendió la petaca. Lo escuchó tragar y estremecerse, - quema -, gruñó, - pero da calor -, le devolvió la petaca. - Y lo que te pregunté? -, dijo Axel. Martín murmuró algo. – Qué? -, preguntó el chico. – No sé, no estoy seguro -, contestó con voz más clara. – Mejor, tratamos de dormir, si? -, dijo, mientras tomaba otros dos grandes sorbos. – Y decidimos a la mañana -, completó Axel, como si hubiera leído su pensamiento. – Dale, seguro no tenés una rosa en un planeta lejano, no? -, preguntó medio en broma, medio en serio Martín.
Antes de quedarse dormido, Axel respondió, - Quien sabe -.
Martín durmió, entrecortado, y soñó, quizá por el hambre, el frío , la tormenta. Soñó con un desierto, con un avión descompuesto, con una boa.
Cuando despertó, hacía rato había dejado de llover. La luz se filtraba dentro de la cueva, pudo ver que realmente era estrecha. Con él no había nadie, estaba solo. Supuso que todo había sido un sueño producido por aquella conjunción de factores. Se levantó, estiró las piernas, y salió de su refugio. A punto de dejar el lugar, sin embargo, vio algo que lo hizo volverse. Era el abrigo roto de un niño. El hallazgo realmente lo confundió, de pronto, recordó, casi como si llegaran hasta él en un sueño, las palabras: “Nestor, el que recuerda”. Sin saber porqué, volvió, y escribió este relato, para sí mismo, para recordar, tal vez.
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