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Inicio / Cuenteros Locales / guy / MARINA Y EL HADA DE LAS MARIPOSAS

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Marina no era una mariposa común, y no sólo por sus belleza y tamaño. Tenía el mágico don de transformarse en varias otras mariposas. Sus colores eran el amarillo y el marrón, rayas verdes brillantes surcaban las alas grandes que parecían cuidadosamente talladas en tela gruesa.
En el bosque había toda clase de animales e insectos, Marina sabía cambiar de color, su truco era el conocer las plantas y beber de ellas los pigmentos. Se la veía con celestes de cielo y amarillos de miel; negra como la noche en atardeceres lluviosos y ocres extraños al mediodía quieto del monte.
Ella no tenía enemigos, como si no existiera mordisco capaz de romper tanta belleza, cual si se hubiesen puesto de acuerdo por conservarla alegre y movediza las demás criaturas. Disfrazada de hojas muertas paseaba entre las mantis, pululaba tranquila y de blanco entre avispas y abejorros, volaba negra entre gorriones y zorzales, hablaba con mariquitas pintadas de lunares y solía oficiar de flor en la cabeza de alguna ardilla coqueta.
Cierto día el arroyo que cruzaba el macizo verde de monte comenzó a traer olores nauseabundos, el agua se volvió negruzca y no se pudo beber de ella. La situación comenzó a empeorar, otra fauna llegaba en cantidad, peces muertos flotaban por el arroyo hasta el río mientras que ruidos constantes ahuyentaban a los animales.
Una población humana se había asentado en el lugar para llevarse los árboles a una fábrica no tan alejada. Hombres, perros, gatos, gallinas, cabras, camiones y topadoras modificaban el paisaje. Las criaturas más grandes quizá lograron huir a las entrañas del monte, lejos de la opulenta ribera enorme y los ruidos del poblado, otras fueron atrapadas por perros y armas de fuego. La enorme factoría devoraba decenas de inmensos troncos por día, troncos que eran cortados por la gente y su barullo.
Marina y sus amigos quedaron en un matorral florido sin saber qué hacer. El viento traía lluvias violentas pues los árboles ya no estaban para pararlo, y el aire se hacía turbio.
Una tarde gris se reunieron los bichitos para intentar solucionar el problema, habían llegado a la conclusión de que emigrar era imposible dado que no conocían el mundo más allá de aquel bosque. Decidieron entonces consultar al escarabajo Obdulio, el más viejo y experimentado de los insectos, pero antes, acordaron enviar a Marina a echar una ojeada a los invasores.
La mariposa prestó atención a un hombre sentado como adormilado en la cabina de un tractor amarillo y negro mientras que otros ataban gruesas sogas a troncos tirados. Se posó en aquel hombro, iba de rojo y ámbar, Marina, quien comprobó, con asombro, que el humano le ofreció un dedo para que descansara en él. Así, el extraño llevó la mano frente a los ojos y dedicó unos segundos a contemplar al hermoso insecto alado. Luego simplemente la despidió al aire con un delicado soplido.
A la morada de Obdulio acudieron los bichos, libélulas, hormigas, una vieja mantis, una pareja de ciempiés, un grupo de abejas y, por supuesto, Marina la mariposa. Ellos representaban a un enorme ecosistema que se hallaba en peligro, eran entonces los delegados del bosque, o lo que quedaba de él.
A oídos de Obdulio no habían llegado las novedades en su real dimensión debido a las características de su oscura morada bajo una piedra. Los demás contaron la historia, habían reconocido la crueldad y la indiferencia del enemigo que todo lo derribaba y aplastaba, lo ensuciaba, lo mataba.
El veterano escarabajo escuchó con atención los relatos y las quejas; mas cuando parecía todo perdido, Marina contó su experiencia con el hombre del tractor; ella tenía la esperanza de que si uno de ellos había contemplado su belleza, entonces los demás podrían convencerse de que el bosque merecía un trato digno.
Fue gracias a esa historia afortunada que Obdulio recordó la vieja leyenda del hada de las mariposas, historia que los bichitos escucharon con atención; historia que hablaba de un hada que vivía en las afueras del bosque y que desde niña se había fascinado con la gracia de las mariposas y había dedicado su vida a la adoración de esos insectos tanto, que hasta se había aprendido el lenguaje del bosque y sus bellas criaturas.
Por supuesto que esa leyenda cautivó a todos los presentes y de ello se desprendió un plan: Marina, la más agraciada mariposa del bosque, tendría que ir hasta la vivienda del hada a comunicar las penosas novedades para que ella pudiera interceder ante la población humana que poco sabría del lenguaje de los pequeños animalitos.
En seguida se presentó un inconveniente, y era que Marina no podría llegar con éxito adonde el hada puesto que la distancia era grande y el viento la llevaría a cualquier otro lugar. Además no tenía manera de guiarse ni podría cargar a Obdulio para que la orientara.
Las abejas, que son unas expertas en el arte de cooperar, tuvieron una idea: que Marina viajara de noche guiada por la luna, ellas podrían conseguir un polen de cierta flor de cactus que la convertiría en una polilla grandota y ágil, una criatura que viajaría a gran velocidad por la penumbra y a vuelo rasante. Es que las abejas conocían, al igual que la mayoría de los bichitos, la capacidad de la mariposa de cambiar de vestido según la ocasión.
Así fue planificada la travesía. Obdulio, el sabio coleóptero, adoctrinó a Marina acerca de las vicisitudes de su prometedor viaje: “debes volar cerca del suelo para esquivar las telarañas; no debes pasarte de la altura de los árboles puesto que serías presa fácil de los murciélagos; y, por último, recuerda que deberás ser tú misma antes de presentarte ante el hada; ella entiende tu idioma de mariposa y tú entenderás el suyo, sólo siendo Marina la mariposa, podrás comunicarte”.
Cuando las abejas trajeron el polen del otro lado del enorme río, Marina estuvo lista para comenzar a cambiar. Con las horas se fue transformando en una gruesa y gris polilla. Su cuerpo engordó hasta semejar un torpedo, sus alas se encogieron hasta ser pequeñas pero de una asombrosa movilidad como las de un colibrí o una libélula. Tuvo unos vuelos de práctica al atardecer, su velocidad había aumentado y sus aletas como un tembleque no se cansaban de batir y batir. Su visión se había hecho aguda en la oscuridad; un mundo nuevo, el de la noche del monte, se le presentaba a la heroína: estaba lista para la expedición.
Conocerás la casa del hada —dijo Obdulio— puesto que no hay otra en estos parajes. Y fue entonces que con la luna menguante y decenas de ojos silenciosos como testigos, la mariposa devenida en polilla partió a la aventura acompañada en sus primeros metros por un grupo de luciérnagas.
Durante el veloz vuelo Marina comprendió las bellezas de la noche y las ventajas de ser una enorme polilla: en efecto había arañas, enormes telas circulares que para su verdadero cuerpo habrían sido trampas mortales, esas criaturas nocturnas —pensó Marina— sólo conocían el tiempo hasta el amanecer, cuando un hilo pudo atraparla, el polvillo de sus alas la convirtió en invencible, aunque fue una suerte no haberse topado de lleno con el tejido. Pensaba además en el hombre del tractor, la primera vez que había tenido enfrente unos ojos humanos, se preguntaba por los del hada y por las ventajas de los poderes de aquella criatura supuestamente también humana “su poder se basa, justamente, en hablar con las criaturas del bosque” —cavilaba— y sería una solución aquello porque lo único que puede arreglar las cosas de este mundo es el entendimiento, o, por lo menos, eso decía el sabio Obdulio.
Cerca del alborada la luna se esfumaba en un cielo claro que se había tragado casi todas las estrellas antes de que el sol se asomara por completo, un enorme claro le indicó que la casa estaría cerca, creyó oportuno descansar hasta que la luz fuese más intensa, concluyó que las hadas también dormían y quería encontrársela bien despierta.
Tras el sueño, Marina se miró en el cristal de la ventana de la casa, en efecto, había vuelto a ser ella misma, una hermosa mariposa. Allí cayó en la cuenta de que su viaje de retorno sería muy difícil; algo que se les había escapado porque ¿de dónde sacaría el polen para volverse polilla? No tenía idea de dónde podría haber de esos cactus que además tampoco había visto. Estaba en ello cuando el hada, con forma de mujer vestida de un atuendo blanco, pasó delante de la ventana; era tiempo de presentarse, sobrevoló el perímetro hasta encontrar una abertura.
La casa estaba llena de imágenes de mariposas, grabados en telas y hasta fotografías muy bien hechas: no había duda que estaba en el lugar indicado. Llegó hasta el hombro del hada que contemplaba el bosque desde una confortable mecedora.
—Pero qué belleza, jamás había visto un ejemplar de éstos— murmuró la mujer. Marina repitió la experiencia del hombre del tractor cuando el hada ofreció un dedo para que se posara en él. Extrañamente, la mariposa había escuchado la voz pero no pudo comprender las palabras, se estuvo atenta, tendría que, sí o sí, entenderse con aquella elegante criatura. Miró los ojos como humanos, se sorprendió porque estaban en otra dirección, hacia el costado, observando una cajita sobre una mesa pequeña; hasta allí llegó la mano libre, algo sacó del arca…
—Con cuidado, no vayas a arruinar esas alas hermosas— pudo escuchar sin entender. Y mientras los dedos aprisionaban el cuerpo frágil de mariposa, se dio cuenta de que así no podría irse, recordó al hombre: él no la había aprisionado, el que estaba destruyendo el bosque sólo la había despedido con un soplido y en silencio, el hada simplemente la llevó hasta otra habitación.
Marina pudo ver allí centenares de mariposas de todos los colores como inmóviles. Algo estaba mal, pero sólo sintió el pinchazo del alfiler justo detrás de la cabeza, el mismo que la hiciera quedar, para siempre, clavada a la plancha de corcho. Junto a las demás mariposas del hada.

Texto agregado el 20-02-2006, y leído por 3378 visitantes. (19 votos)


Lectores Opinan
21-08-2013 Muy bueno. filiberto
04-07-2009 sencillamente hermosa, aùn con ese final, mis 5 estrellitas. pampita
16-11-2006 ¡Qué triste final! No sólo porque se hace inevitable la desaparición de los animalillos del bosque –asunto absolutamente real, por otra parte-, sino porque también se da muerte a la inocencia. Pensar que aquella egoísta era una hada que amaba a las mariposa, cuando lo único que deseaba era poseer la belleza de las mariposas. Se podría aplicar a otras muchas situaciones. Sorprendente, ya te lo han dicho, este lenguaje tan limpio, tan sencillo, sin aquella agresividad léxica y provocadora que te caracteriza. Parecería para niños, pero decía Gloria Fuertes que un cuento infantil nunca debería tener un final infeliz. Tal vez para no destruir la inocencia que decía precozmente. Selkis
17-10-2006 oye que hay que ser una mierda para romper el corazon de un niño asi. Pero como el mundo es una mierda y aqui no dice que esto sea un cuento infantil, me limito a dejarte muchas estrellas.***** celiaalviarez
21-05-2006 me encantas las mariposas.. te doy una sonrisa, que hermosa descripcion***** sonrisa
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