Puedo sentir que has cruzado la puerta, que estás cerca. Ese olor es de una docena de rosas. Puedo escuchar el palpitar de tu corazón; rápido y constante. Es gracioso, puedo sentirte, escucharte, olerte; sin embargo, no puedo verte.
Te acercas con pasos pequeños y silenciosos. Ahora te veo: Estás frente a la ventana, con una docena de rosas negras tal y como me gustan a mí. Te acercas, y me miras. El tiempo se detiene ahí, unos segundos, un momento y una lágrima se desliza por tus mejillas. Oh amor mío, no llores; no quiero verte sufrir.
Y las lágrimas pegan una a una sobre la ventana y yo, inmóvil, no hago gran cosa. Tan solo te miro, como quisiera no hacerlo, pero no hay más. Solo puedo ver tu respiración reflejada en el cristal y ver tus ojos enrojecidos por el llanto.
Te acercas aún más y puedo ver que tus labios susurran las siguientes palabras: Amor, no puedes dejarme, despierta por favor.
No amor mío, estoy despierta - te digo yo - no llores, me ha tocado el momento y en un tiempo te llegará el tuyo, no lo hagas más difícil de lo que es.
Y así, tu llorando y yo sin nada que decir, colocas las rosas sobre esta pequeña cama incómoda y fría en la que estoy; abres la ventana y me das un beso en la frente pronunciando con tus labios húmedos un “te amo”, mientras mis labios fríos y secos, desean con lo poco que me queda de vida decirte un “hasta siempre”.
Te levantas y vuelves a cerrar la ventana. Tus labios pronuncian un “no te olvidaré”.
No cierres la puerta amor mío, no la cierres por favor. Deseo verte por última vez y dejarme grabada tu imagen por la eternidad o hasta que te toque tu turno de estar en esta cama incómoda y fría, donde ahora estoy yo. |