Primero fue un concepto, después la médula de un sueño, un revoloteo misterioso que se instaló en el centro de su instinto. Sería lo que ella quería que fuera, lo había decidido pero para cumplir con su anhelo, debería descerrajar goznes, seducir, recurrir a la ingeniería impoluta de su estirpe, trenzarse en lances que premeditadamente la conducirían a la gloria y a la perdición, las dos aristas con que el comidillo se refocila, eligiendo para si el bocado más sórdido, la versión espuria arraigada en su acerbo. Ella eligió la versión más sublime.
El pequeño caudal se incrementó en la soberanía del milagro, en la reiteración de la especie que no por ello, deja de alucinar a quienes son deslumbrados por la estrella del génesis. Su cuerpo se hizo cuna, nido, océano precursor de la metamorfosis. La multiplicación de la especie, el big bang de la carne que bracea en medio de furiosas incandescencias y acude al encuentro con los misterios del ser.
La mujer se hizo continente, madriguera, troncal de sueños y de mimosos subterfugios. Su mano recorrió sus propias cimas y se dotó de ojos, de lengua y de oídos para establecer contacto con el tictac diminuto que marcaba la cuenta regresiva del despegue.
El milagro se tejía con el ritmo acompasado que no admite ni treguas ni premuras, la geometría ancestral regulaba sus propios soles, redimía distancias en la perfecta sincronía de sus relojes, capturaba los señuelos que la divinidad regaba en el cosmos y forjaba el pensamiento en ese molusco de sombras.
Mas, incluso lo premeditado puede sufrir la divergencia de los hados, un sueño puede trizarse en mil pedazos y convertir la certeza en remedo. La noche se quedó pegada en los párpados del milagro y este, desorientado comenzó a involucionar sus promesas, un hilo de decepción se asomó rojo a la mirada de la mujer y esta se arrojó a la hoguera en que se moldean las preguntas, allí se calcinaron sus deseos, se volatilizaron sus sueños, el latido cesó dentro de su propio latido y embadurnado de silencios de terciopelo falso, transformó la quimera en brasas.
La mujer nuevamente recuperó sus sueños, pero con el cadáver de un anhelo sobre sus espaldas. La conjunción de sus plegarias crea la simiente que construye ilusiones para que otra esperanza encuentre trecho y asidero en aquel nido...
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